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Miradas

El 'Andante moderato' de Pepita Suárez Verona

Con la entrega el pasado día 23 de junio en el acto celebrado en el Teatro Pérez Galdós, del título de Hija Predilecta a Pepita Suárez Verona, se cumplía no sólo la justa concesión de una distinción a una conciudadana, sino que tal nombramiento abre una puerta de optimismo y esperanza a la sociedad civil, toda vez que los órganos de gobierno (en este caso el municipal) muestran la suficiente sensibilidad para distinguir toda una trayectoria profesional y vital de uno de sus miembros, incluyéndola entre los nombres de sus predilectos.

Somos conscientes, por otra parte, de que este tipo de honores causan escepticismo en muchos casos, cuando no franca sorpresa o estupefacción. "¿Qué motivos habrá para que Fulanito sea elegido hijo predilecto? ¿A santo de qué le habrán dado a Menganita tal distinción?" son preguntas que con harta frecuencia escuchamos cuando se hace público año tras año, el listado de los honrados por las diferentes instituciones gubernamentales, como personalidades dignas de ser señaladas por sus méritos.

Pero, el caso objeto de esta humilde reflexión, es emblema de cómo sin necesidad de realizar hazañas ni proezas deslumbrantes, se puede desempeñar una labor a base de dedicación y constancia; tranquila pero sin pausa, de efectos sumamente beneficiosos para la sociedad. Por eso decíamos al inicio de nuestro escrito, que el hecho de que todo un ayuntamiento haya tenido a bien otorgar esta distinción a una trayectoria como la de Pepita Suárez Verona, es una señal esperanzadora de que todavía hay sensatez y tino a la hora de valorarnos entre nosotros mismos.

No caigamos en el extremo pesimista de considerar nuestros tiempos de forma tan negativa, que el trabajar honradamente, en vez de ser lo justo y habitual, se convierta en lo excepcional y, por ende, digno de ser recompensado. No, no van por ahí nuestros tiros. Lo que queremos resaltar es cómo la entrega al prójimo, la dedicación al trabajo y el amor a lo vocacional, de la forma más discreta y modesta, ha sido tenido en cuenta para ser recompensado por medio de una distinción.

Desde su aula en el Conservatorio o desde su preparación a los coros a los que con tanto entusiasmo ha consagrado su vida, Pepita Suárez ha transmitido los conocimientos que ha ido adquiriendo a través del estudio y, sobre todo, de la experiencia. En los años que tuve la suerte de compartir con ella el mismo desempeño profesional puede percibir unas virtudes que creo definen perfectamente su trayectoria: amor profundo y respetuoso a la música, rigor ético a la hora de la evaluación, humildad en aceptar sus humanas limitaciones, desprendida generosidad y un socarrón sentido del humor, netamente canario.

La música marca su entorno y no en vano, su hermana y sobrinos son magníficos ejemplos de familia profundamente musical, con casos de excelencia. Sin haber sido una intérprete destacada ni nacional ni internacionalmente, (una dolencia cardíaca, tardíamente diagnosticada, le impidió una dedicación como solista), supo encauzar su vida como profesora, basada en los fundamentos técnicos aprendidos de Lola de la Torre, su profesora de canto. Pero esa base fue enriquecida a través de su asistencia a cursos y clases magistrales impartidas por prestigiosos maestros, porque la curiosidad en el ámbito de la docencia ha sido también una constante en su devenir profesional. Muchas voces comenzaron sus primeros pasos bajo su magisterio, y algunas de ellas habrían de desarrollar importantes carreras como solistas: Nancy Fabiola Herrera, Yolanda Auyanet, Elisa Vélez, Judith Pezoa, por citar sólo algunas. Otras, encaminaron sus pasos hacia la docencia, como Fátima Naranjo, Alicia Montesdeoca , Teresa Ceballos o Eduardo García, citados al azar de una lista que se nos haría prolija, dado el gran número de alumnos que cursaron todos o gran parte de sus estudios con la recién nombrada Hija Predilecta.

Pero, con ser importante esta faceta pedagógica, no lo es menos sino todo lo contrario, su labor sociocultural como directora de coros. Lo que se gestó como un coro parroquial, propiciado por los nuevos aires emanados del Concilio Vaticano II, que permitían los coros mixtos en las iglesias, se ha convertido, con el devenir de los años, en una institución en lo que a la música religiosa se refiere con una importante vertiente social. El Coro Nuestra Señora del Rosario ha estado presente en numerosos actos en iglesia, embelleciendo la liturgia con una música concienzudamente preparada por alguien que, por tradición familiar y profundas convicciones religiosas, conocía bien el repertorio y los ritos. Siempre sin perder la perspectiva de que no se ha pretendido nunca la equiparación a un coro profesional, el entusiasmo ha suplido y compensado la idoneidad académica. Además, gracias a la labor de este coro, no pocos de sus componentes han logrado llenar una parcela de sus vidas, sin importar la edad o estudios musicales, con la noble práctica del canto coral, faceta ésta tan cultivada en tantos países de importante tradición musical. Y no es éste el único trabajo coral en el que Pepita Suárez se ha implicado, puesto que ha colaborado activamente con el coro del colegio del Carmen y, muy especialmente, con el Coro Infantil de Santo Domingo, en el que ha conseguido crear una importante cantera de nuevas voces.

Ni la jubilación ni diversos reveses de la vida han motivado el cese de su actividad ni el entusiasmo, aunque, lógicamente, a un ritmo más pausado. Seguramente, continuará su labor rodeada de partituras y de buenos amigos con la modestia y discreción que la caracterizan. El nombramiento de Hija Predilecta no cambiará para nada sus hábitos ni su cotidianidad, pero no cabe duda de que la llena de satisfacción el saberse valorada por sus conciudadanos.

Que sigas, Pepita, por muchos años disfrutando de esta distinción que te ha hecho el Ayuntamiento , así como de tus alumnos, amigos y, sobre todo, de la música. Y hazlo como siempre a tu aire de Andante moderato.

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