Mi tía era muy meticulosa al escribir. Escribir era su pasión de vida. Estaba obsesionada. Revisaba y revisaba para encontrar las palabras justas. Sufría mucho. Era para ella una tarea muy trabajosa". Lo dice el sobrino de Oriana Fallaci, que ha trabajado dos años en las cartas privadas de la gran periodista y entrevistadora, que ha recopilado en un libro. Oriana (1929-2006) ha sido juzgada, mal juzgada, por su postrer trabajo sobre el 11-M en el que arremete contra los musulmanes. Fue una de las mejores entrevistadoras que ha habido. No se mordía la lengua. A Fidel Castro le dijo que no creía en los dogmas y mucho menos en el socialismo. Una vez se presentó en la casa de Muhammad Ali en Miami. Se lo encontró comiendo melón. "Le dije buenos días, señor Clay. Me respondió con un fortísimo eructo".

A una amiga le escribe acerca de los reyes de España: comer con ellos es insufrible. A Juan Carlos lo llama muñeco de Franco y de Sofía recuerda que su padres fueron responsables de encarcelar en la guerra a cincuenta mil disidentes en Grecia. El libro, según adelanta El Mundo, se llama El miedo es un pecado. Espero que lo traduzcan del italiano pronto. Leyendo algunas páginas de las que se publican en libros o periódicos pienso en que sí, en que hay gente obsesionada por escribir... mal. Pienso también en si yo tengo/creo en dogmas. Oriana no quería, eso dice su sobrino, que las cartas se publicaran, pero es imposible pensar que con su notoriedad no se barruntara que alguna pudieran ver la luz. Son 120 y están dirigidas a gentes muy diversas. Y no parece que estén escritas en tono distinto al de su prosa habitual. Ya tenemos, o sea, otra vez aquí el conflicto entre lo que se escribe para publicar o no, cosa que en su fuero interno sólo sabe el autor. O los herederos.

Oriana fue una gran entrevistadora. A mí nunca me han salido bien las entrevistas. He sacado buenos titulares y he escrito correctamente lo dicho por el entrevistador, sí, pero no me va el papel de ser incómodo, de repreguntar hasta incordiar. De otro lado, me molesta que se esté imponiendo la visión de la entrevista como un género básicamente de impertinencia e impertinentes. Prefiero la conversación. Eso sí, no soy tampoco buen conversador. Si el personaje me gusta o fascina lo suyo es permanecer mudo. Y que él o ella no pare de hablar, claro. Si me resulta fastidioso, pedante, tonto o bufón, me cuesta mucho concentrarme, mantener la atención y mucho menos hablar yo. A veces, haciendo una entrevista he notado que a los veinte minutos ya tenía un magnífico material que transcrito me permitiría holgadamente despachar una o dos páginas. Sin embargo, la inseguridad, un tonto concepto de la cortesía y no sé qué más, me hacía seguir preguntando, acumulando material inútil. Temía mucho esa interjección / pregunta del entrevistado: pero, ¿ya está?