Este periodo estival va a ser, no lo duden, un sinvivir de aire acondicionado, de familias de diputados dispersas por playas y pueblos, pendientes de que Rajoy desembuche y diga cuántos ministerios va a tener el PSOE y cuántos C's. ¿Para qué penetrar en la jaula de grillos de los nacionalismos catalán y vasco? ¡Ojalá todos fuesen como CC! Una agendita de nada, sin aspavientos soberanistas ni milongas de referéndum autodeterminista. Pragmatismo ante todo. El fenómeno sideral que es Rajoy quiere marcharse de Moncloa con un legado poco masticado en España: un ejecutivo de coalición, sobrado de apoyos para gestionar, de carácter moderado, y reconocido por unos españoles que reclaman a gritos acuerdos y consensos para sacar el país del funeral permanente del desempleo. Un reparto de carteras amansaría a las fieras del socialismo que no aceptan ni la abstención para la investidura, y de paso bajaría a Rivera de un acné juvenil que le lleva a repetir, aunque ya no tanto, que el PP debe fagocitar a su líder y buscar uno alternativo que no tenga nada que ver con Bárcenas. Sánchez hace cálculos sobre el coste real para su partido de la coyunda. El sorpasso de Rajoy a sí mismo demuestra que el centrismo histórico reclama sentido de Estado, menos incertidumbre y menos aventuras. El aspirante socialista toma nota. A pie de página apunta que la rentabilidad puede ser superior al rechazo. Algunas voces le alertan de las consecuencias de dejar el espacio de la izquierda sólo para Unidos Podemos, pero otras advierten que la cita del 26-J ha demostrado que las clases medias, los profesionales, no caen fácilmente en purés de transversalidad, socialdemocracia, peronismo, comunismo... Igual que ha existido siempre una canción del verano, cabe una tentación del verano. Borrell se largó ayer una epístola con su deseo por una abstención con condiciones. Sinceridad y a la espera de una cascada de opiniones.
