Acabo de escuchar a Román Rodríguez -no es una buena costumbre- anunciar por enésima vez que está a punto de cerrarse un acuerdo entre CC y PP para constituir un nuevo gobierno autonómico al socaire del apoyo de los coalicioneros a la investidura de Mariano Rajoy. Claro que el expresidente es capaz de contar 188 diputados "progresistas" en la Cámara Baja. Es aburrido el asunto. Esta cansina bobería -se supone que Fernando Clavijo, además de un terrible derechista, es un masoca que gobierna con el PSOE solo para sufrir- es la que hace llover Rodríguez desde hace un año. La verdad es que sería una conversación muy rara.

- Necesito que voten ustedes mi investidura con su diputada, Clavijo.

- Ya lo entiendo, Mariano.

- Ah, eso sí, solo les permitiré hacerlo si rompes con el PSOE y entra el PP en tu Gobierno.

- No, hombre, Mariano, por favor, déjame votarte?

- Nada, si no entran los compañeros del PP de Canarias, que son todos damas y caballeros, no te dejaré hacerlo, Clavijo, y por favor, no te pongas tonto?

A Rajoy, por supuesto, lo que le interesa es su investidura. De Asier Antona no le interesan ni los gayumbos. Y al no ser posible un pacto de izquierda - solo se conseguirían 176 diputados con una sopa minestrone intolerable para cualquier estómago constitucionalista - está democráticamente legitimado en su ambición. Los que siguen insistiendo en que se debe frenar al PP no quieren enterarse de que el PP ha ganado las elecciones y que es imposible articular una alternativa parlamentaria. En la fugaz y pasada legislatura era posible. El PSOE y Ciudadanos debatieron y consensuaron un programa que resultaba perfectamente asumible por un socialdemócrata, pero es que el invierno pasado Podemos no era lo suficientemente socialdemócrata todavía. Una lástima. Se perdió la única posibilidad real de arrebatarle al poder a esta derecha cavernaria, inepta, mentirosa y entenebrecida por la corrupción. Pero esta derecha deberá cambiar para sobrevivir. A buen seguro habrá acuerdo para la investidura que garantizará la continuidad de Rajoy, pero parece mucho más improbable que nadie -quizás ni siquiera Ciudadanos- diseñe y firme un acuerdo de legislatura con el Partido Popular. Se va a exigir mucho a cambio de cada votación, no se diga en la votación de los presupuestos generales del Estado, y el PP deberá negociarlo cada día, por no decir cada hora. Y en ese mercado cotidiano y agotador de votos infinitamente negociados los coalicioneros demandarán un trato diferente presupuestaria y fiscalmente al de los últimos años. En cualquier momento una moción de censura podrá arrasar al flamante Gobierno conservador. El PP del marianismo pujante y triunfante se ha acabado, aunque ahora, paradójicamente, parece disfrutar de su hora más dulce. Rajoy intentará aguantar en este equilibrio infernal un par de años y si económicamente no se ha regresado a la catástrofe, convocará de nuevo elecciones.