Un amigo me dice que no me entero de nada, que en el Partido Popular de Canarias se están produciendo movimientos, y que dichos meneos avalan la tesis de que el joven y refitolero Asier Antona ha consolidado su posición como mandamás y ya ha recorrido la mitad del trayecto entre presidente por accidente y líder invicto. Le digo a mi amigo que lo que ocurra en los equilibrios internos del PP es más o menos irrelevante, no solo para la biosfera en su conjunto, sino incluso para la política canaria. Uno puede imaginarse a CC (al menos de vez en cuando) en el formato de Juego de Tronos o al PSOE en Aquí no hay quien viva, pero el PP siempre será tan entretenido, apasionante y complejo como Jara y sedal.

Un presidente del PP -en el ámbito nacional, autonómico o local- puede hacer literalmente lo que se le antoje, en lo que se refiere a la dirección de la organización y a la selección de su personal político, si los estamentos superiores no deciden interferir en sus decisiones. Lo que piensan, sienten, teman o esperen los subordinados es absolutamente irrelevante. El PP es un partido brutalmente presidencialista en el que la democracia interna es algo de mal gusto, incluso algo ligeramente desaseado, como llevar la corbata con una mancha o un aparecer con un piercing en una oreja. Los presidentes están blindados ante los militantes pero necesitan ser ungidos y apoyados por Madrid. Cuando pierden la gracia madrileña, eso sí, están perdidos. Bravo de Laguna no dimitió en 1999 por los malos resultados electorales, sino porque recibió un telefonazo terminante desde la sede central de Génova; cuando después intentó cerrarle el paso a Soria en un chusco congreso regional, fue laminado. Soria no dimitió de buen grado, sino porque no tenía más remedio, y Madrid se lo recordó amargamente. Y así siempre. Ahora mismo a Rajoy los pequeños vaivenes del PP canario le traen absolutamente sin cuidado. Que Antona aparte de la dirección regional a María del Carmen Hernández Bento es una fruslería que, como mucho, viene a demostrar algo ya sabido, es decir, que el exministro de Industria y Energía no pinta ya absolutamente nada en el PP canario. Nuestro palmero sobrevenido reajusta y funda su propio sistema de lealtades y apoyos mutuos preparándose para un largo periodo de oposición implacablemente light para intentar lo que cree posible dentro de tres años: devorar el voto de centroderecha de CC en La Palma y Tenerife, constatar la decadencia del PSOE y transformarse en primera fuerza en Canarias. Le basta con 15 ó 16 diputados. Y Antona es un surtido de limitaciones políticas, pero hay una carencia que ciertamente no sufre. Tiene hambre. Hambre de poder y no el modesto deseo de un lugar recoleto bajo el sol.