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El análisis

Ni se da cuenta, ni se acuerda, ¿qué ocurre?

Las relaciones de la vida son sencillas a veces, en ocasiones una incógnita y sometidas a imprevistos, la mayoría de las veces. Los imprevistos nos suelen deslocalizar y lo que parecía fluir puede llegar a interrumpirse. El caso es en una relación con un desarrollo sin alarmas y de repente algo se desconecta, sin haber sucedido nada relevante. Entonces, la razón comienza a buscar y no alcanza a explicar ni a comprender los hechos, ni llega a resolver lo sucedido. Y al pensarlo y pensarse uno, algo en nuestro interior nos recorre y no se puede dejar de temblar. Es una vivencia similar a si, al resolver una ecuación matemática, no hallamos el resultado exacto al quedar siempre unos restos. Estos restos son los que agitan nuestras certezas y nos generan inquietud. Los restos en la ciencia se han resuelto, aún de forma no concluyente para otras disciplinas, con el principio crítico de K.Popper: constatar una teoría significa intentar refutarla mediante un contraejemplo. En la filosofía, Schopenhauer en sus fragmentos sobre la historia de la filosofía, advierte que, en una conclusión lógica de sus premisas si sus resultados no concuerdan con el mundo real presente, dejan de explicar algunos aspectos del mismo. Por ello, advertía que habría que tomar las cosas, en una madeja de hilos sueltos, por el extremo correcto. Y aquí está uno de los problemas, ¿cuál es el extremo correcto, su premisa, para poder explicar una relación si los hechos vividos al descomponerlos, la razón no logra encajarlos? Seguramente el lector ahora reflexione sobre alguna de sus experiencias.

En las relaciones hay intercambios subjetivos que funcionan como restos sobrantes, que adquieren su sentido en el tiempo. En ocasiones, esos restos del otro y de la narración de lo vivido, no ayudan a encajar lo sucedido y no sabemos qué hacer. Básicamente, en el encuentro con el otro, parece como si nada de lo dicho se recuerde. La sensación que te invade es como si el otro no fuera capaz de combinar o relacionar algo en su interior. Como si el otro no estuviera conectado ni integrado a la última conversación. Y no por una distracción, ni por dificultad de concentración, sino impresiona, que en el otro, lo que ya se habló y se dijo, no lo tiene en su consciencia, como te ocurre a ti. Ese es el resto. ¿Se ha disuelto algo dentro del otro? Si recurrimos a la química, ésta es sugerente y capaz de generar lo imposible. En ella se generan restos de productos de la separación de moléculas, este proceso recibe el nombre de disociación. Palabra de uso, como separación de dos o más cosas que estaban unidas. ¿Y si en nuestras relaciones también las personas en sus interacciones subjetivas separan algunas cosas de su conciencia, no por trauma, ni por defensa? Actualmente, sabemos que, en situaciones extremas, la secreción de glucocorticoides durante una experiencia traumática anula el funcionamiento del hipocampo e imposibilita la fijación de una memoria episódica (la memoria de haber estado) Sin embargo, siguen operativas las memorias: semántica, la somática-procedimental y la emocional-almacenamiento afectivo de la amígdala relacionado con respuestas automáticas.

No me interesan las vivencias extremas, sino lo común de la vida cotidiana. Las relaciones que aparentemente ocurren sin traumas, que se interrumpen de forma inesperada y llenas de sorpresa, no avanzan. No lo habías ni imaginado, ni lo habíamos visto venir, pero se ha producido una pérdida de electricidad. El otro le ha dado al interruptor. Y el otro, al verte tiempo después, se presenta como si nada. Y, una y otra vez, tienes la misma sensación. Exclamas con extrañeza en tu dialogo interno: ¡No se acuerda, no habíamos acordado esto, parece como si fuese la primera vez que ponemos estos asuntos sobre la mesa! Probablemente descubres que el otro, por alguna razón, como sucede con las reacciones químicas, separa las cosas, sus pensamientos de su memoria, su memoria de sus acciones, sus acciones de su voluntad. Y ha decido ahora encender el interruptor, y seguir contigo como si la relación no hubiera sufrido un parón. Y se presenta sin memoria.

Claro que se podría pensar le sobra cara, o en su caso, es un perverso. Pero considero que estas respuestas serían fáciles. Sucede algo más complejo, más ancestral, más vinculado a los arquetipos de la especie, que le ocurre antes del desarrollo de la capacidad fonatoria. Es como si el otro, tuviera muy activa la huella del Homo erectus, y no hubiese hecho su transición al Homo sapiens sapiens. Es como si este Homo erectus, en una sociedad de la competición social devoradora, en situaciones que vive de forma inconcebibles, se produjera una respuesta de congelación, como contratransferencia social, a la que se produce en animales que están siendo atacados por un depredador. Su función sería reservar energía para la huida, hacer perder interés al agresor, o anestesiar a la víctima para minimizar el sufrimiento. Esto se traduce en que el otro convive con fuertes incongruencias, sin lograr conciencia de esto. Por ello, los restos, lo inexacto no le preocupa nada. Continuar como si nada, ni tan siquiera se ha hecho la pregunta que en este relato te has intentado responder. Vive en un estado de incoherencia, que sutilmente va cambiando su persona en el camino de las mil caras. Sólo vistas por sus allegados. Es la fatalidad del goce del depredador. Ya sé que ocurre.

(*) Profesor Titular de Psiquiatría, ULL

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