Seguro que más de uno recuerda haber visto El mensajero del miedo, una película de hace una década protagonizada por el siempre brillante Denzel Washington. En realidad, el título es la traducción española del nombre original, The Manchurian candidate, la operación de una poderosa sociedad de inversiones, Manchurian Global, para lograr un objetivo tan ingenioso como perverso: convertir a un antiguo héroe de la Guerra del Golfo -a quien han colocado un implante informático para modificar su conducta- en el primer vicepresidente de Estados Unidos con "intereses privados".

El argumento se me vino a la cabeza este fin de semana cuando leí que la industria farmacéutica acababa de publicar por primera vez el dinero que transfiere a médicos y organizaciones científicas en patrocinios, cursos, viajes o dietas. Dicho de otro modo, los laboratorios quieren evitar que los ciudadanos piensen que los 230 millones de euros que invirtieron en 2015 son una especie de implante que modifica la voluntad de los médicos, trabajadores públicos, para orientarla a intereses comerciales. Es decir, para que prescriban sus medicamentos y no los de la competencia.

Los datos revelan que, pese a la crisis, las cantidades que gigantes como Novartis, Roche o Bayer dedican a los profesionales de la medicina siguen siendo millonarias. Los laboratorios defienden que la mitad de ese dinero acaba en proyectos de investigación, aunque el sistema que han empleado deja algunas lagunas. Plataformas ciudadanas como No Gracias apuntan como defectos que los pagos solo se divulguen si el médico quiere o que no aparezcan identificados gastos sensibles como las comidas. Pero, sobre todo, la ausencia de una base de datos única, "a la americana", en la que el usuario pueda consultar desde el móvil cuánto dinero recibió su médico de la industria farmacéutica con tan solo teclear su nombre en el buscador.

Los malpensados siguen creyendo que actividades como los congresos son solo un escaparate de venta para los fármacos y que más de la mitad de esos 230 millones de euros se utilizan para "comprar voluntades" bajo el irreprochable propósito del avance científico. El colectivo que les he citado apuesta por el método estadounidense, impulsado recientemente por la Administración Obama.

No deja de ser paradójico que se hayan fijado en el de Estados Unidos. Puede que incluso esté inspirado en su propia industria cinematográfica, que no para de producir películas sobre el inminente apocalipsis planetario ni de diseñar métodos insólitos para "comprar" la voluntad del líder más poderoso del planeta, el dinero.