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Reflexión

Víctimas de su propio éxito

El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, arremetió ayer contra los líderes de la campaña del brexit que han terminado renunciando a sus carreras políticas pese al éxito en el referéndum. Dijo de ellos que eran poco patriotas por abandonar ahora el barco. Pero no se trata de una cuestión de patriotismo. El propio Nigel Farage dio la clave el lunes al presentar su renuncia al frente del eurófobo UKIP: su única misión en política era conseguir la salida del Reino Unido de la Unión Europea, sin un plan concebido más allá; eso ya es cuestión de los que vengan detrás. Ese reconocimiento y la admisión al día siguiente de la consulta de que algunos de los principales argumentos utilizados en su campaña eran falsos -"error" en sus palabras- dan la medida de lo que ocurrió el 23 de junio.

El éxito de la campaña antieuropea ha terminado por devorar a sus padres. Porque antes que Farage, Boris Johnson, el gran promotor entre los conservadores, tuvo que renunciar a suceder al premier David Cameron -también dimitido, en esta ocasión por quemarse jugando con fuego- al frente del partido y el Gobierno tras comprobar que no contaba con los suficientes apoyos entre los tories. Al vehemente exalcalde de Londres le han vencido sus formas y su discurso simplón, del que se han aprovechado sus atildados colegas de partido que ahora no quieren saber nada de él cuando de lo que se trata es de dirigir el país y, sobre todo, de gestionar el desenganche de la UE.

Es ahí donde radica en estos momentos el principal problema de una de las principales potencias europeas, en su día imperio: que el despertar del 24 de junio dejó a la luz los efectos reales de una votación más regida por el corazón que por la cabeza. Empezando por las consecuencias económicas, por supuesto, pero sin hacer de menos a las cuestiones sentimentales y mucho más pragmáticas que afectan a la vida de millones de británicos, que habían quedado sepultadas por una campaña muy sucia centrada sobre todo en la inmigración. El dilema de quien asuma en septiembre las riendas del país será si solicitar de forma efecti- va la salida de la UE o dilatar la decisión sine die y procurar hacer borrón y cuenta nueva.

La cuestión estriba en que los aún socios europeos no parecen muy predispuestos a prolongar indefinidamente una situación de incertidumbre que afecte no solo al propio proyecto europeo, sino a la incipiente recuperación económica. En esta tesitura, en Londres -donde los nervios se disparan cada día más en los potentes sectores financiero e inmobilario- los observadores empiezan a contemplar la posibilidad de convocar elecciones donde la aplicación o la anulación del brexit sea el eje de los programas electorales, de forma que se pueda revertir la decisión del pasado 23 de junio en las urnas, una vez descartada la convocatoria de un segundo referéndum.

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