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CRITICA Fighters

El vídeo mató a las estrellas de la danza

El arranque del Temudas Fest pudo haber sido arruinado por una traicionera ráfaga de viento, pero el ingenio y el valor de técnicos y artistas logró que la cita veraniega con las artes escénicas comenzara el día previsto por los programadores. La noche de estreno ilusionaba, porque el festival celebra en esta edición su veinte aniversario, porque la apuesta por las producciones canarias ha aumentado este año; y porque entre los intérpretes y creadores de Fighters se encuentra Jep Meléndez, que aún sigue de gira con Cambuyón, un montaje que le ha abierto unas cuantas puertas.

Se agradece que él y Cristina Pérez salieran a escena la primera de las dos noches adaptándose a las sobrevenidas circunstancias. La decisión no era trivial, ya lo recordó el maestro de ceremonias. Las videocreaciones realizadas por Jonatan Rodríguez constituían el cincuenta por ciento del espectáculo, y al proyectarlas en una pantalla de menores dimensiones no se apreciaría del mismo modo la interacción entre los artistas y las imágenes en movimiento. Después de ver Fighters, yo diría que el porcentaje es aún mayor; pero en esto, desgraciadamente, hay poco que celebrar.

El viento, es cosa curiosa, sí que juega un papel determinante en el cuento que sirvió a Gini Alemán de punto de partida para crear Fighters junto a Jep Meléndez. Este es El soldadito de plomo, la trágica obrita de Andersen que narra el amor no declarado entre un soldadito de juguete al que le falta una pierna y una bailarina de papel. Él se proyecta en ella porque, además de bella, también parece carecer de una pierna; aunque en verdad solo realiza unos de esos arabescos que tanto gustaban al autor danés. En Fighters, como contó Gini Alemán a este mismo periódico hace unos días, solo pueden apreciarse ya "pinceladas" de la obra original. Esto es cierto. Pero también lo es que el montaje aún no ha llegado a un puerto cuyas siluetas podamos reconocer. Propongo a sus creadores que la asuman como una obra en estado embrionario, aún por desarrollar.

Aquí, en contraste con el cuento, la pareja de protagonistas se decide a expresar sus sentimientos y a amarse. Luego las circunstancias se vuelven en su contra; los destruyen, se autodestruyen. Finalmente se reencuentran y huyen a donde puedan vivir su amor. A partir de esta sinopsis, poco más puedo añadir, porque Fighters es más bien una estructura que aún necesita ser llenada de contenido, tanto coreográficamente como en el trabajo de videocreación. El tiempo que los bailarines permanecen inactivos (o casi)es sorprendente. Para empezar, porque estamos frente a un escenario, no en un cine de verano. Y en segundo lugar porque el trabajo realizado por Jonatan Rodríguez no parece aportar gran cosa. Una buena parte de la trama es narrada desde la pantalla por los mismos protagonistas, que aparecen como actores de una película filmada en la era del cine mudo. Pero el tiempo que se tarda en contar esto y en apoyar puntualmente la acción es muy corto; durante todo el resto, las imágenes solo realizan la función de un vídeo-decorado.

La pregunta que me hacía entonces y ahora es: ¿Porqué desaprovechar a dos buenos intérpretes y la posibilidad de que ellos bailen y narren cuanto les sea posible acompañados por música tocada allí mismo con gran sensibilidad? Qué ocasión perdida. Jep Meléndez es, hasta donde puedo saber, un bailarín con carisma. Tiene una presencia tranquila en el escenario. Es sobrio, humilde, cuando hace sonar despacio las placas que está acostumbrado a sentir bajo las suelas de sus zapatos. Se toma su tiempo para hacer un pequeño número de percusión corporal o para bailar sobre arena. No alardea. El comienzo, cuando recrea cómo se articularían los miembros de quien ha sido siempre un juguete inarticulado prometía algo más; pero luego sucedió lo que ya hemos descrito. Fighters tampoco es una obra reivindicativa. El hombre vil que aparece en la pantalla, sus alambradas, sus guerras no conceden a Fighters el mérito de ser reivindicativa. Ese gran espejo suspendido sobre el escenario, el que iba a convertir la escenografía "en un actor más", sirvió también para destacar que en ocasiones no sucede nada de nada. Por el momento me quedo con El soldadito de plomo y su mensaje. No dejes que el miedo al rechazo te impida pedir lo que necesitas y expresar lo que sientes.

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