Michelle y Letizia han hecho migas a lo bestia. El Rey y Obama sintonizan, porque el presidente USA fue mochilero por la España de los finales de los 80, cuando el futuro monarca ya se había aireado en Canadá, empezaba su formación militar en Madrid y se nutría de la modernidad política y social, tanto como el afroamericano por su periplo europeo. Ahora, en el XXI, un intervencionismo blando: el presidente de los EEUU se ve en la Base de Torrejón con Rivera, Iglesias y Sánchez, a los que el number one les incita de forma subliminal a un pacto para poner a Rajoy de presidente, puesto que también de forma subliminal se lo sugirió el líder del PP en Varsovia, donde se vieron. El mundo ha rodado: el aeródromo fue la esfinge del imperialismo yanqui en España para la izquierda más callejera, precisamente por los 80, cuando Felipe deshojaba la margarita de la celebración o no del referéndum de la OTAN. EEUU siempre ha tenido querencia estratégica y sentimental por nuestro país, y los únicos culpables no son Ernest Hemingway y Orson Welles, que nos amaron a destajo. Corre la hipótesis de que la CIA estaba detrás de la voladura de Carrero, designado por Franco para resistir en la Dictadura. Obama es la multiculturalidad, una herramienta que se desvanece con Trump y los francotiradores del odio "a los blancos". Tiene morbo averiguar cómo afecta al tacticismo de la oposición la entrevista minimal con el presidente americano, es decir, se soltarán de las rocas. Estas cuestiones, por desgracia, no adquieren solidez histórica de un momento para otro. Ahí está la visita de Eisenhower en 1957, y lo que la misma supuso para la proyección del país. En la comitiva venían empresarios e intelectuales como Frank O'Hara y John Ashley. Hicieron una selección para una exposición de artistas españoles en el MoMA de Nueva York. Europa y EEUU pudieron entender gracias a estas obras que España giraba, que la costra se derretía. Y todo fue subliminal, con mucha vaselina.
