Se podría hablar de otras cosas y de algún drama personal o colectivo, pero en la cafetería el asunto principal es el 'Pequeño Nicolás' y su gran holganza en la isla afortunada. Los clientes ponen caras mustias, sobre todo al ver lo bien que le va al 'buscavidas' y lo mal que les va a ellos. El renacer del joven (en España se renace muy fácil de las cenizas) tras aplicarse en la picaresca con información privilegiada y el apoyo de políticos pagados por todos los españoles, con acusación judicial, despierta los instintos más burdos: ¡Qué bien sabe vivir! ¡No hace falta romperse el lomo todos los días! ¡De él hay que aprender! ¡Hay que preguntarle cómo lo hace! ¡Es un crack! Mucha gente, en el fondo, con un sabor amargo en la boca. No se ha ido a Cuenca ni a Navarra, sino se ha venido a Gran Canaria. ¿Qué culpa tenemos nosotros para que se nos pegue lo mejor de cada casa? Nada. Gracias que el cambio climático nos tiene en un 'chipi chipi' mañanero en pleno julio, porque la raíz del problema está en el sol, que los atrae como una gelatina de fresa. Y también la isla: creen o piensan que en los territorios flotantes no hay inspectores de Hacienda ni ningún Colombo de turno, en definitiva, que esto es Jauja, y a vivir que son dos días. En el programa de televisión mañanero el reportero muestra la piscina del 'Pequeño Nicolás' y da cuenta del servicio que se encarga de mantener su apartamento de lujo en condiciones. El café baja por los gaznates. Tras el final hay una desbandada general: parece que todos se retiran con la cabeza ocupada con el estilo de vida del cachorro, con la imaginación puesta en el desarrollo fílmico. Algo de espionaje, importantes nombres y apellidos, aparecer en el lugar adecuado de acompañante de la persona idónea, saber de todo y de nada, una pizca de megalomanía, sablear lo imprescindible, impresionar como lo hace una inteligencia de alto voltaje? En fin, todos saben que existimos, incluso el 'Pequeño Nicolás' prepara negocios jugosos al amparo de una fiscalidad excelente. Quizá encuentre su becerro de oro. Pero una cosa es una cosa y otra es la provocación, con tantos y tantos súbditos deseosos de salir, de levantar la cabeza, y el sujeto pasándonos por los ojos la cebolla de su capacidad para estar donde estaba. Escuece.