Nadie puede borrar el derecho de sentir pena por el torero que pierde la vida de una cornada o del que se salva gracias al banderillero que le mete el puño en la femoral para taponar el chorro de sangre y agrandarle las milésimas de segundo necesarias para que la respiración no se vaya a la otra esquina. Lo mismo cabe decir de la bestia desesperada que tropieza en la arena, herida a raudales y ciega de dolor mientras la plaza entera se electriza a la espera de una muerte agónica. Sea en una u otra, la rareza más sadomasoquista es observar la escena a la manera de una lucha en el circo romano donde por fuerza tiene que existir un sacrificado. Los taurinos acuden a la cultura, a la tradición, a lo vernáculo, para envolver en celofán el instinto de cercenar al toro bravo, mientras que los contrarios subrayan su rechazo y reclaman el fin de la fiesta, de un negocio cada vez menos boyante y de compleja justificación en un mundo donde crece la repugnancia contra el maltrato animal. Pero con la muerte de Víctor Barrio ha surgido una tendencia extrema: en las redes sociales aparecen mensajes que aplauden al toro, que ensalzan al animal, que le ponen grasa a sus cuernos por atravesar el costillar del torero, y hasta lamentan que las astas no hayan penetrado en la familia. Una barbaridad, un ansía de venganza inédito, casi tribal, que daña la legítima disposición contra el ruedo ensimismado en el toreo. Estos mensajes de odio que pastan por Internet resultan más tremendos que la banderilla que se clava. Flaco favor les hace a los animalistas elevar al trono del triunfo al animal, que después de tantos años sin hacerse con una víctima demuestra de nuevo su poder asesino. Tras lanzar sus invectivas, quizá pierdan algunos de sus argumentos, sobre todo porque los autores encierran en su interior una barbarie superior a la de matar a la bestia. Estos días se vuelven a correr los sanfermines, con riadas de seguidores que corren delante de los toros, algunos sin la suficiente veteranía para no caer malheridos. La búsqueda de la muerte ha sido autorizada, tienen el permiso para morir, ser arrastrados y hasta grabados mientras gimen o se aferran al último suspiro. Cada uno puede hacer el imbécil todas las veces que quiera, pero ¿qué tienen que ver las violaciones a mujeres en la escena? Hay que descubrirlo.