Una de las estratagemas más divertidas para contar cualquier cosa es comenzar el relato in media res. Por ejemplo, el Instituto Tecnológico de Canarias. Se anuncia que el malvado gobierno pretende cerrarlo, porque obviamente el propósito de coalicioneros y socialistas es devolver a las Islas al preneolítico, y de repente los medios se llenan de excelencias y prodigios investigadores: el ITC es pionero, nada menos, en iniciativas relacionadas con energías renovables, ingeniería biomecánica, biotecnología, gestión del agua o análisis medioambiental (sic) y ha alcanzado la categoría de referente en África en varias de esas materias. ¿No es asombroso, sobre todo si se considera que su plantilla no llega a las 150 personas y casi un 30% de las mismas es personal administrativo? Oiga, y en esa portentosa excelencia investigadora, ¿los sucesivos gobiernos autonómicos no han tenido absolutamente nada que ver desde su fundación como empresa pública en 1993?

El tradicional miserabilismo presupuestario en materia de investigación y desarrollo en la Comunidad autonómica no sirve para explicar enteramente la situación del ITC. Ciertamente el mejor año de inversión pública en I+D en Canarias ha sido 2006 y entonces apenas se alcanzó un pordiosero 0,65% del PIB regional (en España el mejor año fue 2008, con un 1,35% del PIB nacional en inversión para la investigación y el desarrollo, todavía muy lejos del 3,5% de la media de la UE). En 2009 comenzó una caída estrepitosa que solo se ha comenzado a remontar ligeramente en los presupuestos vigentes para 2016. Desde luego que los años de vacas escuálidas pesan en las cuentas y en las dificultades de desarrollo del ITC, pero el factor más determinante en su crisis interna es su modelo de gestión dentro del sistema canario de I+D, y los problemas y frustraciones para interconectar investigación tecnológica y proyectos empresariales viables no son irrelevantes a este respecto. Junto a la recuperación de los niveles de inversión en I+D de 2006 y su imprescindible incremento en los próximos años quizás lo más inteligente sería replantearse estratégicamente el sistema institucional de investigación, desarrollo e innovación e incardinarse en plataformas donde colaboren sistemáticamente los centros universitarios y las organizaciones empresariales. Esta opción no tendría que significar ni el desempleo para los actuales científicos y tecnólogos del ITC ni el cierre de sus proyectos y líneas de investigación, que simplemente se trasladarían a otro espacio operativo y organizativo más productivo y con mayor capacidad para generar sinergias. Algo así es lo que tendría que diseñar el Gobierno de Canarias para las próximas décadas en lugar de exponer el rostro asustado de don Pedro Ortega anunciando que no se piensa echar a nadie. Lo interesante en un asunto nuclear para el desarrollo de un país que no puede seguir almorzando ladrillos y cenando turistas indefinidamente no es lo que no piensa, por fortuna, sino si realmente está pensando en algo.