Recientemente ha salido en la prensa la noticia de que el primer portaviones español, el Príncipe de Asturias, va a ser traído a Canarias para su desguace. Es una noticia triste porque es un hermoso barco y el primero de su clase construido en nuestro país, con una preciosa estampa gracias a sus dimensiones y a su cubierta Sky Jump.

Sin duda un navío histórico. De forma inevitable relacioné esta noticia con otras que desde hace tiempo se publican, sobre la posible ubicación de un museo naval en nuestra ciudad.

Soy un atrevido porque ni sé nada de barcos ni sé nada de museos, pero no pude evitar acordarme del espectacular museo aeronaval que se puede visitar en New York instalado en el portaaviones USS Intrepid.

Las embarcaciones históricas se pierden irremisiblemente a no ser que se conviertan en museos y a este respecto existe una corriente conservacionista, desarrollada en muchos países europeos y sobre todo en Estados Unidos, con excelentes resultados. Por otra parte, los navíos militares con su carga tecnológica, sean de la época que sean, son extraordinariamente atractivos.

En Estocolmo existe un museo paradigmático exclusivamente dedicado al Vasa, un impresionante galeón del siglo XVII, rescatado del fondo de la bahía de Estocolmo, que pretendía ser emblema de la Marina sueca. A su alrededor se han mantenido y pueden visitarse otros navíos de diversa índole, al igual que en el mencionado museo de Nueva York. En Londres, una imagen destacada en medio del Támesis, es la del navío de guerra de la II Guerra Mundial HSM Belfast. Y así una larga lista de países europeos y alrededor de unas 50 ciudades norteamericanas poseen este tipo de múseos. Desde el submarino USS Pampanito en San Francisco al Queen Mary en San Diego junto a otras curiosidades como el inmenso hidroavión fabricado por Hugues.

Un buque de estas características es por sí solo un extraordinario museo tecnológico.

Buscando en internet, he encontrado un par de excelentes direcciones en las que se abordan las dificultades y beneficios de conservación de estos barcos, desde los que se han mantenido simplemente como museos hasta otros que incluso ponen periódicamente en marcha algunos de sus motores.

En cualquier caso, todos coinciden en formar parte de la historia y en que cualquier sistema de conservación sirve como preservación de un legado nacional. En España existen, entre otros museos navales, las reales Atarazanas en Barcelona, con una impresionante réplica de la galera de Don Juan de Austria o el submarino experimental de Peral en el museo naval de Cartagena. En Gran Canaria tenemos pequeños y cuidados museos de la Marina y de aviación en el Arsenal y en Gando, creados por las Fuerzas Armadas.

Como anécdota curiosa por su relación con España y a pesar de que los Estados Unidos pueden tener más de 100 navíos de diferentes tipos, desde remolcadores a portaaviones, bien como atractivo en sí mismos o como museos, hacen referencia como un hecho desgraciado, a la pérdida del portaaeronaves Cabot, participante en la Segunda Guerra Mundial y que en los 60 fue vendido a nuestro país y bautizado como Dédalo en recuerdo de un primer portaaeronaves nacional. Se lamentan de que por una serie de dejaciones encadenadas se perdiera un barco que finalmente iba quedar como museo en Nueva Orleans. Este barco participó en la Segunda Guerra Mundial y era el último de una clase muy singular que contribuyó a detener los submarinos alemanes en el Atlántico.

Finalmente, estas páginas aportan datos económicos de los ingresos anuales de unos 50 barcos constituidos en museos a lo largo de la costa norteamericana, destacando, como era de esperar con 5,8 millones de dólares el mencionado espectacular museo aeronaval instalado en el USS Intrepid en Nueva York, pero es llamativo que recauda cerca de 4 millones de dólares anuales otro similar en la ciudad de Charlestón.

Desconozco si el Príncipe de Asturias, con sus 196 metros de largo y un calado de 9,4 metros, tiene cabida en algún lugar accesible al público en nuestro Puerto, pero podría ser sin duda un impresionante museo aeronaval y un foco de atracción.

Un emplazamiento interesante, si hubiera calado, podría ser la Base Naval.

Como señalo al inicio del escrito, pido disculpas a los expertos por mi atrevimiento, pero no he podido evitar exponer la idea. Un museo de estas características sería un complemento maravilloso a la oferta del existente Museo de la Ciencia y el futuro acuario.