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Rubén Reja

Opinión

Rubén Reja

La amenaza del fanatismo

Cambió la forma y el escenario. El resultado, una vez más, el mismo. En esta ocasión, como siempre sin avisar, un camión cargado de odio y fundamentalismo arrolló en Niza a inocentes que celebraban su amor patrio. "Es un día de luto y mucha tristeza para Francia", recuerda con amargura Maxim, uno de los 8.000 ciudadanos franceses residentes en Canarias, quien por desgracia perdió un amigo en el atentado.

Maxim no lo está pasando bien estos días. De hecho, lleva mucho tiempo, demasiado, observando con impotencia como su país está girado del revés. En su mirada se mezclan la tristeza y la preocupación. Aún se estremece al contemplar las imágenes de un nuevo asesinato a sangre fría. Maxim se conecta varias veces al al día con su casa en Francia para conocer de primera mano que "cojones" está ocurriendo en su país, en Europa, en el mundo. La nueva guerra a la que se enfrenta la sociedad es una batalla miserable donde los ataques cobardes y sanguinarios son imposibles de repeler. Una tragedia que ya es de todos. El único consuelo medroso es que no ha pasado en España. La amenaza, no obstante, existe y, de materializarse, las consecuencias serían terribles. En el caso de Canarias y por su elevada dependencia al turismo, un golpe de esta magnitud nos sumergiría en el pozo de las fatalidades. Ante la locura del fanatismo fundamentalista, la sociedad democrática se encoge de dolor, pero también se encoge para estar más unida y más fuerte contra la barbarie.

La libertad seguirá alzándose ante la cerrazón y jamás sucumbirá al fundamentalismo cobarde y estéril. Todos estamos con Maxim y con el pueblo galo, que vive unas de las horas más aciagas de su historia. Solidaridad profunda y sentida con las familias de la víctimas.

Me cago, y no es la primera ni la última, en la madre que los parió. Libertad de expresión por encima de ráfagas de sangre y muerte ante la locura fundamentalista. Golpe en forma de matanza que sacude a toda la sociedad que está inmersa en una convulsión continua desde hace mucho.

El duelo por los atentados debe servir para llegar al entendimiento forzado, pero necesario para acabar con la locura. A los franceses, a Maxim, les preocupa de forma especial las repercusiones políticas de esta ola de muertes. En la retina está todavía muy presente lo sucedido en la redacción del Charlie Hebdo, en la sala Bataclan, en Bélgica, Túnez o Turquía. Por desgracia, lo que sucede estos días en Niza no será el último acto yihadista en suelo galo, ni en territorio europeo.

La solución, complicada, pasa porque el mundo democrático multiplique las medidas de seguridad, siempre necesarias.

En el caso de los medios de comunicación, éstos seguirán alzando la palabra, el infatigable poder de la palabra, con la misión de defender las libertades inherentes a la democracia, ya sea en forma de viñeta o de un humilde artículo de opinión.

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