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CRITICA El lago de los cisnes

Para los bienaventurados

Curiosa forma de arte es esta, en la que los protagonistas principales interrumpen la interpretación de sus personajes para agradecer los aplausos del público acercándose al borde del escenario. Se dirá que la cuarta pared que ellos traspasan no es como la que se crea en una representación teatral; sin embargo, ellos también son actores, actores que bailan y hacen gestos codificados hace mucho tiempo. Cada vez que Cristina Terentiev se inclinaba para dar las gracias, llevaba los brazos detrás de su espalda y los estiraba con las manos vueltas hacia adentro para no dejar de mimetizarse con el ave que encarnaba. Cuánta belleza.

Al hacerlo también expresaba esa visión de la mujer que hoy muchos rechazaríamos en la vida real pero que nos emociona ver representada sobre el escenario; porque quien encarna esas cualidades no habla de la mujer, sino de lo femenino. En esos largos instantes en los que, como un ave, la bailarina permanece posada sobre las tablas del escenario, la doncella hechizada continúa expresándonos que se ha atrevido a amar, que confía en la persona a la que ha contado uno de esos secretos que siendo adolescentes nos parecieron inconfesables. Quienes se atreven a hacerlo son los auténticos bienaventurados, porque ellos habrán conocido para qué han venido al mundo.

El pasado domingo volvió a darse, sobre las tablas del Auditorio, una conjunción maravillosa de creación coreográfica, música y arte interpretativo. Y el mérito debe atribuirse sobre todo a Cristina Terentieva, una bailarina que se encuentra en la madurez desu carrera y que representa, además, una visión del ballet que muchos compartimos; entre ellos, el director de la compañía en la que baila. El esfuerzo que conlleva depurar durante muchos años la ejecución del limitado repertorio de pasos que constituyen el alfabeto del ballet clásico, carece de sentido cuando falta el talento dramático. Espero que el público que rompió a aplaudir antes de que ella concluyera la serie de fouettes con la que Odile termina de obnubilar al príncipe, no valorase solo la destreza de la bailarina moldava. Sé que a ella no le hubiera gustado.

Uno de esos instantes que muestra n el talento coreográfico de Timur Fayziev es aquél en el que Odile lanza con desdén el ramo de flores al joven heredero. A mi lado, justo después de verlo, un espectador dejo salir un: "¡pero qué malos son!". Claro, quién sino ella era la más apropiada para hacerlo; tiene el temperamento que Odile requiere; y también la capacidad para expresar vulnerabilidad que el personaje de Odette necesita. Hubo más instantes de esa clase, en los que suenan campanitas dentro de uno, porque todos los que se encuentran en el escenario parecen movidos por hilos que hacen que el conjunto resulte armonioso. Ah, la danza.

Pero hacía falta un cambio y éste ya se ha producido. Un nuevo bailarín principal acompaña ahora a Cristina Terentiev. Con sus mismos años, Anatoly Ustimov realiza un trabajo más que aceptable. La acompaña fluidamente y en las variaciones ejecuta sus pasos con una ligereza a la que aporta la candidez propia de ese adolescente que no sabe manejar la pulsión erótica que despierta Odile en él. Para redondear este cuento de hadas solo haría falta que Ustimov fuera más apasionado cuando intima con Odette; y que el enfrentamiento entre él y Rothbart sea más explícito, frontal. Esperamos lo mejor de él, el próximo mes de diciembre, sobre el mismo escenario.

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