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Tropezones

Inventos patrios

Quizás sea el huevo de Colón el paradigma del descubrimiento o invento sin lágrimas que pretende caracterizar últimamente a los inventos patrios.

Cuando a Colón trataron de devaluarle el descubrimiento del nuevo mundo por casual e inevitable, el almirante desafió a sus críticos a mantener vertical un huevo. Todos sabemos que nadie lo consiguió, hasta que Colón lo estampó con fuerza por su base, quedando vertical y bien encajado. Era fácil, sí, pero había que pensarlo.

Últimamente se han patentado varios inventos que cierta envidia nacional también ha tratado de desvirtuar, bautizándolos incluso con un peyorativo "inventos del palito".

Me refiero por ejemplo a la genial ocurrencia de Enric Bernat de ponerle un palito a un caramelo, para ir lamiéndolo sin pringarse los dedos, descubriendo así el chupa-chup, convertido con los años en una empresa puntera del ramo.

O bien el invento de Manuel Jalón, ingeniero aeronáutico que también mejoró la vida de sus semejantes pegándole un palo a la bayeta de fregar pisos, desterrando para siempre la humillación de ponerse de rodillas arrastrándose por los suelos. Por cierto que otro de sus inventos, igual de caracterizable como "huevo de Colón" fue el de la jeringuilla desechable. Ya sé que más de uno pensará "Vaya cosa, así cualquiera".

Pues yo tengo un profundo respeto por unos inventos que mejoran la vida de la gente.

Si encima se alumbran como sin darse cuenta, pues yo creo que mayor mérito si cabe.

Es más, quisiera citar aquí otro de esos "inventos perezosos" de Manuel Jalón, poco conocido del gran público, y en la misma vena de genial "iluminación de bombilla".

Una importante empresa dedicada a la fabricación de tubos de pegamento sufría un grave problema en la cadena de producción. Debido a unas exigencias de control muy gravosas, en el envasado del producto final ocurría con demasiada frecuencia que la cajita en la que se empaquetaba el producto iba vacía, sin que dicha circunstancia pudiera descubrirse a tiempo, con lo que le tocaba al furioso cliente constatar que había pagado por un estuche vacío.

Al consultársele a Manuel Jalón sobre posibles soluciones, éste aseguró que por un millón de pesetas podía resolver el problema. A pesar de ser una cantidad importante, el volumen de producción y el mantener la reputación de la empresa justificaban dicha inversión, por lo que se accedió a encargarle el trabajo. Al día siguiente del acuerdo, el inventor apareció por la fábrica con una gran caja de cartón, que procedió a abrir al lado de la cinta transportadora de los tubitos envasados, sacando de la misma un potente ventilador; al colocarlo perpendicularmente a la cinta, el aire iba proyectando fuera de ella los envases ligeros, lógicamente los huérfanos de tubito de pegamento.

De propina, el equipo de descarte de envases vacíos incluía un ventilador de repuesto.

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