La Provincia - Diario de Las Palmas

La Provincia - Diario de Las Palmas

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Secos de afectividad

A los nórdicos, a los estadounidenses, a los británicos, a los europeos en general, se les complica sobremanera el mundo. Cada vez nos toca hablar más de actos de locura emparedados bajo los relámpagos de la cruzada yihadista, ensoberbecida en su afán por acabar con cualquier señal de libertad. Embutida en el interior de este cosmos de fanatismo aparece otra demencia de tipos que se retroalimentan con videojuegos, con el brillo de la culata de un arma, con informes que explican en las redes cómo acabar con cientos de personas a tiros, con libros que dan cuenta sobre el destino que les corresponde a lo que deben matar. De pronto, por una inercia desconocida, se solapan dos locuras: una de raigambre religiosa, de mensajes totémicos, de rezos a Alá, y otra que parece venir del hastío de la civilización, de la superproducción del bienestar, de los flujos culturales que cruzan las fronteras de la modernidad; una locura diferente, proveniente de sujetos insatisfechos, descontentos con la suerte que les ha tocado, secos de afectividad, instalados en la venganza... Así describen (o tratan de describir) los expertos al joven germano-iraní que descargó su odio visceral en Múnich, y al que desvinculan del yihadismo militante: ¿Puede alguien garantizar que este suicida no haya sentido el clamor de los gritos del Estado Islámico? Labor ardua separar los vasos que comunican las locuras. En su habitación encontraron Amok, por qué matan los estudiantes, un libro que recapitula sobre las investigaciones del síndrome Amok, que se ha identificado en varios casos de asesinatos cometidos por jóvenes y que estaría relacionado con una explosión súbita de ira que provoca ataques indiscriminados contra todo aquel que se cruce a su paso. De pronto, pues, un espejo para mirarse: antes de los disparos, de las ráfagas, síntomas depresivos, inestabilidad emocional. Tras ello, el brutal atentado, y luego una pendiente que acaba en el suicidio o una amnesia sobre lo sucedido. Alemania, al igual que ya ocurrió con Breivik en Noruega, recoge las hilachas entre tanta muerte para tejer un argumento que explique tanto mal. A las sociedades perfectas, o que han disfrutado de la perfección durante una larga etapa, les cuesta reconocer que algo de sus cajas negras no funciona. En el caso del joven de Múnich, de tan sólo 18 años, se ha dicho: padecía Amok, una enfermedad cultural. Preocupante. Se trata de una patología que erosiona la estructuras, que nos traslada a acontecimientos históricos donde no existía la compasión, donde la muerte no es una tragedia sino un trámite más a cumplir, donde los valores se deslizan y no valen absolutamente nada. Esto de Múnich ha vuelto a ser terrible, pero por primera vez se habla de una enfermedad cultural: de individuos que no saben qué hacer con sus vidas, aparte de matar.

Compartir el artículo

stats