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El análisis

Un gobierno y una oposición

Los diversos acontecimientos que se vienen sucediendo en los últimos meses han puesto a toda Europa en alerta. Los gobiernos de Francia y Turquía han declarado el estado de emergencia. A estos motivos de inquietud se añade el peligroso cariz que está tomando la carrera por la presidencia en Estados Unidos. Todo ello está provocando tensión y alarma. Las sociedades democráticas perciben amenazas a su seguridad y se sienten más vulnerables. Por momentos parece que las instituciones se desmoronan, desacreditadas ante los ciudadanos, y la cohesión social se resiente. En esta coyuntura, estar sin gobierno, o con un gobierno en funciones, es temerario. En el origen de esta dejación no hay más que una falta clamorosa de responsabilidad por parte de los partidos políticos.

España, antes o después, tendrá gobierno, porque la situación de un país sin gobierno es insostenible más allá de un tiempo, pero la cuestión es que lo tenga ya. Algunas razones para que se forme sin demora son apremiantes. Pero el motivo principal es que se han celebrado dos elecciones con ese fin y los obstáculos que encuentran los partidos no son de ninguna manera insuperables. Si las elecciones de diciembre, que confirmaron el realineamiento de millones de votantes, generaron dudas y alimentaron todo tipo de expectativas en algunos partidos, las de junio fijaron prácticamente en los mismos términos la distribución de las fuerzas electorales. Los españoles se han reafirmado en su elección y ahora son los dirigentes políticos los que, a partir de los resultados y los intereses de todos y los suyos, inexcusablemente deben tomar las decisiones que conduzcan a la formación de un gobierno. Si no lo hacen, lo que procedería es, una de dos, cambiar las reglas para la elección del presidente del gobierno o sustituir a los políticos que han demostrado repetidamente su inutilidad.

Para su funcionamiento normal, el sistema político español, como toda democracia, necesita un gobierno y una oposición. Un gobierno que tome decisiones y rinda cuentas, y una oposición en permanente actitud de control y que proponga una opción diferente para cada iniciativa del gobierno. Si esta legislatura no se trunca como la anterior, el juego entre el gobierno y la oposición se verá estimulado por la presencia de los nuevos partidos. Y en el caso de que finalmente el PP forme gobierno, al encontrarse el partido bajo una fuerte sospecha de financiación ilegal y corrupción, la labor de vigilar y exigir de la oposición adquirirá una relevancia especial.

El Congreso tiene una composición multipartidista y ofrece en principio un abanico de posibilidades, pero las exclusiones hechas por los partidos a la hora de repartirse los papeles de gobierno y oposición reducen drásticamente las opciones. La que cuenta sobre el papel con más posibilidades es la de un gobierno del PP. La de un gobierno encabezado por el PSOE requiere el apoyo imprescindible de Podemos y los nacionalistas catalanes. La acción de ese gobierno difícilmente podría tener alguna coherencia, dadas las diferencias políticas y las divergencias estratégicas que hay entre los socios necesarios y, por otro lado, se enfrentaría a un clima de opinión muy beligerante en contra. No existe ninguna posibilidad si, por distintas razones, otros partidos descartan cualquier acuerdo con el PP o con los nacionalistas. Ni el PP en solitario, salvo con la abstención de los socialistas, ni una coalición con el apoyo único del PSOE y Podemos, que sería bloqueada por los diputados del PP y Ciudadanos, obtendrían votos suficientes para investir a su candidato respectivo.

La abstención de Ciudadanos no permite la investidura de Rajoy, ni siquiera su voto favorable, si no está acompañada por la del PSOE. De manera que, a falta de otra fórmula plausible para que España tenga un gobierno y una oposición, a los que necesita por igual, el rechazo de Rajoy no es solución. La solución está en que el PSOE facilite la formación del gobierno al PP y a la vez ejerza como primer partido de la oposición. Pedro Sánchez, a quien los árboles no dejan ver el bosque, sigue negándose en rotundo con argumentos tan leves como que su partido es la alternativa al partido de Rajoy. Comenzó con el propósito de forjar una nueva mayoría en torno al PSOE y ahora excava una trinchera para sus votantes por lo que pueda ocurrir. Los españoles tienen competencia política de sobra para comprender una muestra de lealtad institucional. Pero no haber adoptado esta decisión después de las elecciones de diciembre y hacerlo ahora, tras someter al PSOE a las bromas del líder de Podemos y al ridículo de una investidura fallida, conduce a la dirección del partido al callejón sin salida de la dimisión.

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