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Javier Durán

Reseteando

Javier Durán

Caen árboles centenarios

Un árbol centenario es un bien cotizadísimo para una ciudad, tanto es así que cuando alguno desaparece nos quedamos perturbados: miramos el hueco dejado por el tronco putrefacto, y también alzamos la vista con temor para cuadrar el vacío dejado por su frondosa copa. San Bernardo es desde hace unos días menos boscoso, uno de sus laureles se fue al otro mundo por un mal desconocido, y a los dos días talaron otros varios por amenazar caída inminente. Cualquiera sabe qué los atacó, o si la mejora de la calle y del alcantarillado años atrás seccionó sus raíces. Sea cual sea la hipótesis, hay una cuestión meridiana: ser centenario tiene su riesgo. Cumplir tan largo trecho de vida hace de las suyas. Nadie o casi nadie se preocupa de su salud, son tan antiguos que seguirán ahí, nada los dañará y cualquier mal quedará atajado por la fortaleza de un organismo resistente. Pero ya vemos que no es así. Ni la botánica ni la supervisión periódica del jardinero (se supone) ha servido para alertar sobre el final próximo. ¡Caen cuatro laureles de Indias centenarios! Está claro que no se va a montar una comisión de investigación. No estaría mal. Estos ejemplares robustos que le han dado identidad a la ciudad, que señalan un oasis en el centro de la capital, tienen que ser tratados, tras sus respectivos óbitos, de la misma manera que insignes señores cuyas muertes merecieron esquelas prodigiosas y sepultura concurrida. Presto ante el fenómeno, el negociado de turno busca ejemplares que sustituyan a los decapitados en combate con el progreso. Pero no es lo mismo: sólo hay que imaginar los poetas, las viudas, los consignatarios, los caciques, los mendigos y los músicos que han pasado bajo sus ramas durante décadas y décadas. Sus muertes a la vista de todos destapan la mala fortuna de sus trayectorias. Antes, su digno porte era imprescindible para el lugar de asueto. Estaban cotizadísimos. Hoy, en cambio, airean la pudrición de sus entrañas y nadie da un duro por ellos. Son hasta invisibles.

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