Más de 300 millones de niños entre cinco y catorce años de edad son explotados física y psicológicamente en todo el mundo. Esta trágica y triste realidad es una de las lacras e injusticias más grandes de nuestra civilización. Esos mártires, repartidos por todo el mundo, sufren más que nadie las consecuencias de las guerras, del hambre, de la prostitución, del narcotráfico, de la explotación laboral, del racismo, de la esclavitud, de los malos tratos, del abandono y de un sinfín de sufrimientos físicos y psíquicos. Y del olvido. Parece mentira que ya en la segunda década del siglo XXI, estos niños despojados de los derechos humanos más fundamentales sean sometidos a trabajos precoces o forzados, vendidos y comprados como esclavos, prostituidos, utilizados brutalmente con fines pornográficos, enviados como depositarios de drogas o con mensajes de muerte, abandonados, obligados a formar parte de guerrillas y ejércitos de fanáticos, mutilados y asesinados. Para la Unicef y la Organización Internacional del Trabajo se trata de una plaga planetaria que cuenta con la complicidad de una auténtica conspiración de silencio por parte de muchos gobiernos del mundo.

En la actualidad, más del 95% de los niños del mundo viven en países que están obligados jurídicamente a proteger los derechos de la infancia. Pero cuando uno ve, oye o lee las noticias diarias nos abate una enorme incredulidad a la hora de pensar que las leyes que se aprueban para defender y proteger a los niños sirvan para transformar a corto plazo el infierno en el que viven estos pequeños. Aunque se han logrado algunas mejoras, por los medios de comunicación sabemos que no hay un solo día en que estos derechos no sean violados de forma sistemática, incluso en Europa. La explosión demográfica y migratoria agrava la degradación física y psíquica de los niños menores de 15 años que viven en los países más pobres, que por otro lado, son los mismos en los que se ha producido el 95% del incremento de la población mundial. Es necesario recordar que la mitad de la población de esos países son niños. Se estima que para el año 2020 el número de personas que vivirán en la pobreza más absoluta sobrepasará los 1.500 millones. Con estas cifras aterradoras, ¿qué posibilidades tenemos de erradicar la explotación infantil en todo el planeta?

Cuando todavía existen sociedades que piensan que es conveniente que los niños comiencen a trabajar lo antes posible, solo los ignorantes pueden creer que el trabajo infantil sea un fenómeno nuevo. La explotación infantil no es un invento del capitalismo como claman algunos cantamañanas. Historias de niños abandonados o atacados por animales hambrientos en las calles y pueblos después de una mala cosecha eran bastante frecuentes en la Europa de los siglos XVII y XVIII. Era el sino del niño obrero, que ha perdurado hasta nuestros días. Hubo y hay niños obreros en canteras, en telares, en garajes, en mercados, en panaderías, en la calle, en la industria metalúrgica, en fábricas de vidrio, en granjas, en circos, en cocinas de restaurantes, en fábricas de zapatos. En la España de la posguerra del botijo y la alpargata los niños trabajaban ayudando a sus padres en las labores del campo y en trabajos artesanales. No es que fuera imperioso que los niños aprendieran la importancia y el precio del trabajo sino que significaba también contar con varios brazos que ayudaran al sustento económico de la familia. Afortunadamente para nuestro país, los logros sociales, económicos, políticos y jurídicos de los últimos 45 años han evitado la práctica de la explotación laboral infantil.

Muchos niños son continuamente secuestrados. A un porcentaje muy elevado de ellos se les da por desaparecidos. Las redes de prostitución y la internacionalización de la pornografía infantil son dos de las formas de esclavitud infantil más despreciables, perversas y abominables de nuestra sociedad. En los últimos 30 años, más de 50 millones de niños y niñas han sido vendidos en el mundo con fines de explotación sexual. Si hasta hace muy poco los pedófilos tenían que desplazarse a Asia para sus encuentros sexuales con niños, hoy en día es posible encontrarlos en todas las grandes ciudades del mundo, e incluso sin salir de sus casas a través de las mal llamadas "redes sociales". Es paradójico que el reclutamiento de niños destinados a la prostitución responde exactamente a los procedimientos empleados para el reclutamiento de mano de obra infantil. Al igual que para el trabajo precoz, la pobreza es el origen de cualquier clase de explotación.

Jamás se había maltratado tanto y tan cruelmente a los niños. En el prólogo del libro "Los niños esclavos" del francés Martin Monestier, se cita unos versos de Federico García Lorca: "He cerrado mi balcón/ porque no quiero oír el llanto/ pero por detrás de los grises muros/ no se oye otra cosa que el llanto". Versos que conectan con la cita de Aldous Huxley que eligió Monestier para introducir su libro: "Los gritos de dolor y de miedo se elevan en el aire a la velocidad de trescientos cuarenta metros por segundo. Al cabo de tres segundos, son absolutamente inaudibles". Buen día y hasta luego.