La Provincia - Diario de Las Palmas

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Aquí la Tierra La casa por dentro

Sol negro

F. E., en el recuerdo

Una ciudad, una calle. En la calle un edificio y en él una vivienda. Una habitación en la vivienda, una estantería en la habitación. En la misma, en reposo, un objeto. La ciudad es Las Palmas y el objeto un souvenir, una esfera de vidrio transparente llena de agua tintada de negro, un recuerdo que vendían dos centros culturales con motivo de una exposición dedicada, precisamente, al souvenir.

Para observar las ciudades es necesario usar lentes telescópicas tanto como microscópicas, pues en ellas concurren todas las escalas. Estas líneas se detienen en la de la miniatura, la del souvenir con agua negra, y para hacerlo penetran en un espacio privado, la habitación de la vivienda del edificio de la calle de Las Palmas. Y es que, además de grande y pequeño, las ciudades están hechas de afuera y adentro.

Un pensador de raza -cómo le habría divertido esta expresión-, uno de los hombres más sabios, y también más buenos, que haya conocido este reportero, dejó dicho que "consumido en condiciones de extrañamiento espacio-temporal, el souvenir encarna un vestigio material y espiritual de sus orígenes y simultáneamente significa ausencia y pérdida, presencia y restauración. Llamando al recuerdo -añadía-, el souvenir afirma nuestra fe y deseo de persistencia y significado y preservación de la vida". Sin embargo, este objeto anómalo, este artefacto fabricado en serie que desplaza el significado de los recuerdos de desplazamientos turísticos, no juega este juego cuyo nombre no es otro que nostalgia.

A este souvenir lleno de agua negra, que se vendía como recuerdo de aquella exposición de souvenirs, los comisarios de la muestra lo llamaron souvenir amnésico. Los souvenirs son objetos que sirven para que recuerden los sujetos, pero éste, a juzgar por la referencia que tiene inscrita en la base, es un objeto que olvida por sí mismo. Pero, ¿de qué se puede haber olvidado este recuerdo?, ¿del destino vacacional que representa?, ¿del río Leteo?, ¿acaso olvida su función de negar la muerte en su mundo encapsulado?, ¿se ha olvidado del ser o es que, simplemente, ya no se acuerda de que es una baratija?

Afirmación de "nuestra fe y deseo de persistencia y significado y preservación de la vida". Naturalmente, a lo que el pensador se refería es a la esperanza en la conservación de la propia existencia, al impulso antropológico último que mueve a quien adquiere un souvenir. En tal caso, el que concierne a estas líneas es idéntico a cualquier otro en el hecho de que no cumple función de velo sobre la muerte ajena. Es verdad que la ironía de este souvenir amnésico recuerda a su poseedor la sonrisa traviesa del pensador, que, no se ha dicho, fue uno de los comisarios de aquella exposición sobre el souvenir. Pero ello no sólo no mitiga sino que incrementa el dolor que provoca su evocación, pues, tampoco se ha dicho, este hombre sabio, este hombre bueno, acaba de morir.

Chistes privados, retazos de lo vivido y de lo fabulado, imágenes mentales compartidas que, según quien las visualice, tienen contornos distintos? ¿Cómo se configura la memoria individual?, ¿cómo almacena la presencia de lo ausente?, ¿por qué puede recuperar imágenes del pasado pero no su duración?, ¿hasta dónde se separa, en verdad, de la memoria colectiva?, ¿dónde radica esta república de espectros? Las viejas preguntas vuelven a la mente del dueño del souvenir amnésico mientras recuerda al hombre que ya no puede recordarle.

Refluye en la conciencia el panorama desolador de un ataúd cerrado, tras un cristal que refleja el rostro de quien lo mira. Impotencia para generar un pensamiento capaz contra la muerte. El poseedor de la pequeña esfera de vidrio agita su agua interior. No sabe bien por qué lo hace. ¿Para consultar su futuro en ella? Gesto asaz trivial, si tal fuere el caso, pues un souvenir que no puede recordar el pasado menos aún conserva memoria del porvenir. El dueño del objeto deja entonces la habitación donde éste reposa, abandona la vivienda y el edificio. Sale a la calle. Afuera Las Palmas es una montaña de espejos rotos en un día resplandeciente. Afuera, como adentro, el peso de la descomunal bola oscura, del sol negro de la melancolía, ejerce sobre él su presión inclemente.

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