La Provincia - Diario de Las Palmas

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Las tiendas de aceite y vinagre

A mediados de los cuarenta, cincuenta y un poco más, por todos los barrios de la ciudad, desde San Cristóbal hasta la Isleta, proliferaban las tiendas de 'aceite y vinagre' -de comestibles- formando parte del paisaje. Seguro que en algún rincón de algunos barrios quedan algunas. Eran pequeños comercios pues, como las barberías, se montaban en habitaciones de la casa que daban a la calle. Se ponían unas estanterías de madera de fabricación casera, un pequeño mostrador, se llenaba de víveres y en "un Marín de dos pingüé" estaba la tienda abierta a la muchachada del barrio.

Todas tenían, más o menos, su clientela fija, y todas tenían el mismo sistema de ventas: "el fiado". También había quien pagaba al contado.

Si había espacio solían hacer una separación del mostrador, donde solían comprar las amas de casa, y con una cortinilla de sacos habilitaban un espacio para el coperío que solían ser ron seco en vaso chico y vino. Tenían cuatro clases: el tinto, el blanco, el "abocado" y el dulce. Algunas también tenían "coñales". Terry veterano o Soberano -maya blanca o maya amarilla-. Tampoco podía faltar la cerveza, la salud, y algunas botellas de Anís del Mono. El taperío solía ser chochos, aceitunas, queso tierno, pejines, jareas y pan "bizcochao".

Del techo colgaba un listón horizontal donde se ponían los chorizos, las morcillas y algún que otro embutido. También colgaban de él dos o tres mosquiteros. Era un rollo, se le sacaba la película -digamos- de color miel y tenían un pegamento adherido que atraía las moscas y quedaban atrapadas.

Sobre el mostrador: una balanza o pesa de platillos, con su estuche de madera dentro de las pesas de un kilo, medio kilo, un cuarto, cien gramos y cincuenta; también se solían poner en él, cajas de higos pasados, de dátiles, higos porretos y algún queso cubierto con una fina tapadera de tela metálica muy fina.

Casi todas vendían lo mismo, gofio sobretodo -era el alimento base-, también el pan y el bizcocho, pero menos. El papel basto y el cartucho, así como el lápiz del tendero en la oreja o colgado al cuello con hilo carreto, eran indispensables.

Y el tarro de pastillas no podía faltar, y las rapaduras.

Se vendía casi de todo, como en botica. Toda clase de cereales, tierra sol, añil, estropajos, carburo, batatas, latas de sardinas, harina, papas, verduras, pescado salado, carne de cochino, carne en lata de Argentina, millo, leche en polvo, tocino, jareas, azúcar, café... y también se podía comprar quemadores, destupidores para la cocinilla, petróleo, carbón, ovillos de hilo carreto, manojos de tea, cigarrillos sueltos, libretas, lápices, pizarras, hasta calderos y el colador del café. Y sobre el mostrar, luz de carburo. Algunas tiendas tenían un pequeño surtidor para el petróleo. Las compras solían ser lo indispensable para el día, no así el café y el azúcar, que se hacía para todas la semana como también el gofio. El aceite se solía comprar un cuarto de litro, medio y un litro.

No solían tener letreros en la puerta, eran conocidas por el nombre del dueño o por el apodo. Y como dato curioso, la gran mayoría eran de gentes del campo. Así como los bares, también lo eran.

Todos los tenderos eran verdaderos artistas haciendo los envoltorios de los productos con papel basto.

En casi todas se hacían las mismas compras y de igual manera, al fiado. Los sábados, que era cuando el marido traía el sobre con el sueldo, la mujer que era quien lo administraba, iba con su libreta y coincidiendo con lo que el tendero tenía anotado a su nombre pagaba y vuelta a empezar. El tendero siempre le daba una "tinga" de pastillas para los chiquillos.

También se vendían sacos de azúcar de Cuba, vacíos, que se solían usar para hacerles camisas y pantalones a la chiquillería. A estos se les solían llamar "los cubanos".

Por todos los barrios solían ir vendedores de barras de hielo en triciclos. El personal lo partía en trozos y los ponían en un cacharro con serrín y disponían por un tiempo de 'una nevera.

El famoso jabón Lagarto se usaba para el aseo personal y también el jabón Camay, que decía la televisión que lo usaban nueve de cada diez artistas cinematográficas...

Para lavar la ropa: el jabón "Suasto" (Swanston) eran barras pequeñas de color azul y blanco y se solían vender por trozos.

Por hablar de las tiendas de un barrio en particular lo haré del mío, San Antonio, que yo siempre desde joven llamé "Triana Alta". Es un barrio pequeño, tiene once calles y todas horizontales, casi todas dedicadas a obras de Benito Pérez Galdós.

Las calles las divide hoy una empinada escalera. En la principal, el paseo de San Antonio, en el número uno, estaba la tienda de Juanito Jiménez; era la única que disponía de surtidor de petróleo y la que más vendía. En la misma calle estaba la de Segundito y frente la de Pacuco, que solía ir a hacer la compra a la Plaza en bicicleta. En la segunda calle había solo una. Más arriba Arcadio, luego de la Mariquita la viuda, al lado la de Asuncionita -que vendía vino y ron al detalle- al lado del pilar del agua de abasto que servía para beber, para hacer la comida y para el aseo diario. Una calle más arriba la de Juanito el Burro. Al bueno de Juanito le daban ese apodo porque tenía un burro e iba con él a comprar los víveres a la Plaza; encima había otra de un matrimonio del campo y que les decían los Maúros. Y por último la de Cristobita el Corcobao, pues tenía joroba.

He de significar, permítanmelo, que la primera tienda de 'aceite y vinagre' que se montó en San Antonio fue en la calle María Victoria y la puso Conchita, la mujer de Pancho Saavedra el Molinero del Unión Gáldar... Mis padres.

Tengan en cuenta que les estoy contando de cuando la revista La Codorniz era la más audaz para el lector más inteligente. De cuando un barco cargado de café encalló y derramó su carga desde el Club Natación Metropol hasta El Muelle de Las Palmas - la chiquillería y también mayores cogieron cientos de kilos-, de cuando dos hombres se estrechaban la mano y eso iba a misa, sin papeles. De cuando corrió el barranco de Guiniguada y se llevó por delante todo lo que encontró a su paso -animales, árboles, casetas...- llegando el agua a pasar por encima del Puente Palo. De cuando Andrés Déniz el Ratón se ponía en la esquina frente al bar Polo con el chaquetón militar lleno de medallas vendiendo relojes de pulsera que no funcionaban. De cuando ir por la calle en traje (chaqueta, encorbatado y un periódico bajo el brazo eran un signo de distinción).

Como anécdota he de decir que nunca vi un jamón en ninguna tienda de 'aceite y vinagre'.

Todo tiempo tiene su tiempo. ¡Ay, el tiempo! Pero por muy rápido que pase siempre estará con nosotros, en nosotros y sobre nosotros.

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