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Punto de vista

YouTube unió a Lady Gaga y Sabina

La declaración de guerra de los artistas contra YouTube, el sitio web que ha revolucionado en poco más de una década la reproducción y transmisión de música e imágenes, ocupa apenas un folio. No hace falta mucho más para dar en el clavo. Y la han remitido a quien corresponde, que es el presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker. Este suma al dolor de cabeza por el brexit el añadido percutiente de una canción protesta entonada por un coro de genios con millones de seguidores por todo el mundo. La letra habla de lo que todos sabemos: las plataformas que alojan esos contenidos con derechos de autor se llevan la parte del león del negocio, mientras los creadores se quedan con las migajas del sustancioso pastel con guinda.

Unas mil figuras de fama internacional han respaldado esa denuncia: de Elton John a Sting, de Paul McCartney o U2 a Plácido Domingo y Alejandro Sanz. Un cartel surtido que ha reclamado la atención de Juncker, ese político socialcristiano que parece querer zurcir el siete europeo con sonrisas luxemburguesas, poco después de que otros casi doscientos artistas (entre ellos, Elvis Costello) hayan pedido a los congresistas estadounidenses la actualización de la ley del copyright. Se aprobó hace veinte años, pero las mutaciones tecnológicas acumuladas solo en la última década han sacado canas a ese y otros códigos legales.

La era de la "reproductibilidad técnica" que empezó a describir Walter Benjamin, el filósofo más atento de su generación, lo ha cambiado todo. Y los creadores quieren, con fundado argumento, que quienes controlan la industria del alojamiento de contenidos no les sigan haciendo el trile.

Si Lady Gaga y Joaquín Sabina se han puesto de acuerdo en algo -y por lo que sabemos ambos han firmado el folio remitido a Juncker-, conviene leer con atención lo que dicen y cómo lo dicen. Los firmantes están persuadidos, quizás con un poco de exageración apocalíptica (en el sentido que le daba Umberto Eco), de que el futuro de la música peligra por el actual estado de cosas. Pese a admitir que nunca antes se han escuchado tantas canciones (hablan de consumo "disparado"), subrayan que es YouTube (el único sitio web nombrado) y otras plataformas de ese tipo las que se quedan con buena parte de los ingresos dinerarios por sus obras. Avisan de que ese reparto que consideran injusto representa una amenaza para la nueva generación de creadores, así como "para la viabilidad y diversidad de sus trabajos". Es, creo, la parte más enfática de la denuncia. Ningún creador genuino dejará de hacer cosas porque la pastizara esté mal repartida. Los poetas siguen escribiendo versos aunque no coman con el resultado de las ventas de sus libros y ni tan siquiera les dé para desayunar, como ironizaba el siempre fino Vicente Aleixandre.

Desde que los artistas se independizaron del príncipe mecenas, no quedó más remedio que buscar la supervivencia en el ejercicio de una libertad condicionada por los variables gustos sociales, la ley de la oferta y la demanda, así como por los mediadores de la producción cultural. Los dueños de YouTube se defienden y afirman que han abonado hasta 2.700 millones de euros a la industria musical. Y añaden, como prueba de que todos se benefician del negocio, que la mayoría de las grandes discográficas han rubricado acuerdos con ellos. Los músicos insisten en que apenas les llega gran cosa de esa guita. Y tengo pocas dudas de que es verdad, cuando tantos personajes de fuste se han puesto de acuerdo para exigir medidas y soluciones.

La Unión Europea (UE) tiene la oportunidad de "corregir esta importante distorsión económica", según la expresión utilizada por los artistas en su misiva, al socaire del próximo debate por la necesidad de armonizar a escala comunitaria los derechos de autor de los distintos países asociados. El Tratado de Funcionamiento de la Unión Europea (TFUE), en vigor desde 2009, concede en su artículo 118 esa competencia de manera explícita. Hay que aclarar el estatuto jurídico de las plataformas que alojan contenidos y asegurar de una vez que los creadores reciben lo que les corresponde. Los parasitarios del talento ajeno deben empezar a pagar por lo que no es suyo.

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