Lo que retrasa la investidura de Mariano Rajoy no son las diferencias políticas sino los parecidos. La permanencia del líder del PP en La Moncloa no depende de Podemos ni de los independentistas catalanes sino de Ciudadanos, que se presenta en su mismo espacio ideológico pero limpio, y del PSOE, la fuerza que le ha cedido el testigo en la carrera hacia el bipartidismo, primero, y hacia el pensamiento único, después.

El PP y el PSOE se parecen mucho a la hora de gobernar aunque se diferencien a la de hacerse la oposición. El PSOE puede fruncir el ceño de Pedro Sánchez ante su rival de derechas pero no puede ocultar el aire de familia cuando se trata de atender los recortes estructurales que pide Bruselas, del sometimiento a los bancos, del favor a las grandes constructoras, del interés por el repunte de la construcción sin ofrecer ninguna alternativa a la vivienda en propiedad, del uso de la institucionalidad y del aprecio a las liberalidades y a las oportunidades laborales del paso de la actividad pública a la privada. No es raro que el PP haya encontrado 125 puntos en común en el acuerdo de 250 puntos que firmaron PSOE y Ciudadanos para la investidura de Pedro Sánchez en la legislatura de los 111 días. La mitad salió a papá o a mamá. Los parecidos serán discutidos porque ahora se destacan las diferencias.

La investidura fallida en primera votación a Mariano Rajoy es una forma de escenificar las diferencias. El PSOE necesita ese espectáculo y el PP deberá concedérselo ante la previsible abstención (ese apoyo por omisión) en la segunda. Luego, el PP sería gobierno (y se enfrentaría a la oposición) y el PSOE sería oposición (enfrentado al gobierno y a la oposición de Podemos). Lo contrario llevaría a unas terceras elecciones que nos "venezolarían" y en la nueva campaña electoral los bolivarianos podrían venir a dar clase de relaciones con la oposición.