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Crónicas galantes

Diputados sin vacaciones

Con medio país de vacaciones y el otro medio en paro, los políticos son de los pocos españoles que siguen trabajando en este mes de agosto para ver si arreglan el problema ese del gobierno. Algo no cuadra aquí. Ver a un político en el trabajo es ya una circunstancia extraordinaria en sí misma; pero si además lo hace en meses vacacionales, no queda otra opción que hablar de milagro.

Este es, entre otros, uno de los prodigios que ha obrado el tetrapartidismo, nueva fórmula que consiste en multiplicar el anterior bipartidismo por dos. Al parecer, los votantes estaban hartos de que el poder lo disfrutasen por turno un partido de izquierda y otro de derecha. Para solucionar esa imperfección -habitual en Estados Unidos, Alemania y otros países subdesarrollados-, los electores decidieron repartir sus votos entre dos partidos de derecha y otros dos de izquierda.

El resultado es que no hay manera de formar gobierno. Poner de acuerdo a más de dos españoles es tarea siempre ardua, por lo que bien se entenderán las dificultades cuando hay cuatro partidos, cuatro líderes y cuatro egos en juego.

Así se explica que, traicionando sus costumbres laborales, los diputados -y los políticos en general- no hayan parado de trabajar en julio y continúen haciéndolo en agosto. No les queda otro remedio si pretenden evitar unas terceras elecciones que los privarían de su escaño antes de tiempo, como ya ocurrió con las segundas.

Nada más natural que renuncien por una vez a sus vacaciones, si se tiene en cuenta que el de congresista o senador es uno de los empleos más apetecibles del mundo. La paga mínima de 5.000 euros no puede calificarse menos que de excelente; y a ello hay que añadir regalías como el transporte gratis total en avión y en taxi, la compensación por vivienda, la pensión máxima por vía exprés y hasta los gin-tonics subvencionados en el bar del Congreso. Por no hablar ya de que una parte de sus cuantiosos ingresos los perciben los diputados en concepto de dietas y, en consecuencia, no tributan a Hacienda.

Tampoco los horarios de trabajo le quitan a nadie el sueño en las Cortes. Las sesiones plenarias son tan escasas como abundantes las vacaciones, dado que los períodos de actividad fijados por la Constitución van desde septiembre a diciembre y de febrero a junio. El resto del año es un feliz tiempo de holganza que tal vez envidien los resentidos trabajadores del común, obligados a currar once meses anuales en el caso de que dispongan de un contrato en forma.

Todo ello sin contar que la mayoría de los parlamentarios limitan su jornada laboral a apretar botones (el sí, el no, la abstención) o, en el caso de los más esforzados, a dirigir preguntas al Gobierno sobre el cultivo de la patata o los problemas del sector de la alcachofa en su demarcación.

El riesgo de que los parlamentarios trabajen en época de vacaciones, como ahora ocurre, es que le cojan afición a la faena. Un diputado currante no pararía de abrumar al personal con iniciativas de las que acaso pudieran salir nuevas leyes y reglamentos con los que complicarle la vida a la gente.

Mejor que sigan como hasta ahora, cobrando y apretando botones. No vaya a ser que nos hagan pagar a los ciudadanos el verano que se le les ha echado a perder. Trabajando en vacaciones: habrase visto.

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