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Mirando a África

El levantamiento de la torre de Sta. Cruz de la Mar Pequeña (IV)

La semana anterior les conté cómo la torre fue destruida, fue olvidada y vuelta a encontrar por canarios a finales del siglo XI, aunque ese descubrimiento no trascendió en España.

La torre siguió ignorada hasta que tres investigadores franceses dieron noticia de ella en sendas publicaciones, Cenivel (1935), Pascon (1963) y Monod (1976), aunque no tuvieran la completa certeza de que se trataba de la edificación levantada por Fajardo en 1496. El propio Rumeu de Armas no lo tuvo claro en un principio, ya que en 1956 se decantaba como el lugar de la fortaleza la desembocadura del río Shebika. Tras el estudio de Monod, cambió de opinión y dio la razón al francés.

Las primeras fotografías publicadas de los restos de la torre aparecen en la monografía de Monod de 1976. Hubo que esperar veinte años para que algún investigador canario se acercara hasta Mar Pequeña. En 1996, un grupo de geólogos y biólogos, encabezado por Francisco García-Talavera, llegó al lugar de la torre, se la encontraron en ruinas y en un islote cerca de la costa, que quedaba aislado del continente en las pleamares. De este viaje hubo constancia en la prensa de aquellos años, aunque no se publicó ninguna memoria descriptiva de lo descubierto. Desde entonces hasta hoy día, solo existe un artículo del arqueólogo Luis Blanco Vázquez en el número 335 de Revista de Arqueología de 2010, en el que llamaba la atención sobre el peligro que corrían los restos de ser cubiertos por las arenas del desierto. Efectivamente, algunos viajeros que pasaron por allí en 2010 y 2011 no pudieron encontrar rastro de edificio alguno, completamente tragado por el desierto. La torre se había perdido de nuevo.

Descubrir la realidad que se halla tras la leyenda de una fortaleza desaparecida engullida por las arenas del Sáhara es un acicate para cualquier historiador. Y llama la atención que ningún especialista de la historia de Canarias se haya desplazado a aquel lugar en su búsqueda. Tal vez la lejanía -más psicológica que real-, la dificultad del viaje o los problemas políticos de la zona hayan disuadido año tras año a los investigadores de emprender una expedición con tal fin. En octubre de 2011, el autor de estas líneas pudo viajar a la zona donde se suponía que estaban los restos de la torre, el parque natural de Khenifiss, a unos treinta kilómetros al noreste de la localidad de Tarfaya, en Marruecos. Dentro del mencionado parque se encuentra la Laguna de Naila, que es el nombre actual de la antigua Mar Pequeña. Se trata de una enorme extensión de agua salada que entra en el continente a través de una estrecha bocana, y que ha creado un microclima muy favorable para el anidamiento de numerosas especies de aves, además de ser un refugio ideal para la pesca de costa. En un entorno donde el verde de las plantas acuáticas contrasta con el amarillo rotundo de unas dunas de belleza excepcional, es donde se centró la búsqueda de la torre.

Si las últimas noticias que se tenían de la localización de la torre hablaban de un islote en una costa rocosa, la realidad en los días que corren es muy distinta. La ribera se ha convertido en una gran playa arenosa y los restos de la torre se encontraban a unos cien metros tierra adentro desde la playa y sólo se veía desde el mar la hilera constructiva superior. Allí descubrimos, semienterrada en la arena húmeda, una construcción cuadrada de indudable antigüedad, formada en su base por grandes sillares de piedra rojiza, que alcanzaban la altura de cuatro hileras, sobre las que se habían colocado piedras sueltas unidas con algún aglomerante de forma que los bordes quedaran a la misma rasante. Apenas un mes antes las autoridades de Akhfenir habían decidido desenterrar la construcción, haciéndolo hasta donde permitía el nivel de las aguas subterráneas provenientes del mar, que es el que se ve actualmente.

En los muros, de 8,30 metros de lado, destacan unos agujeros que recuerdan inevitablemente a unas saeteras medievales, algunas recortadas en su base en semicírculo. La calidad del corte de la piedra y la existencia de estas oquedades defensivas indica a las claras que se trata de una torre muy antigua, de origen tardomedieval y que puede identificarse sin temor a incurrir en error con la levantada por Alonso Fajardo en 1496. Todo concuerda: la localización en la costa y dentro de la laguna, el tipo de fábrica y los detalles de construcción, para afirmar que se trata de la torre de Santa Cruz de la Mar Pequeña.

Otro detalle importante a tener en cuenta es la increíble similitud de los restos de la torre africana con la torre descubierta recientemente dentro del castillo de la Luz, en Las Palmas, levantada por el mismo gobernador y posiblemente en el mismo año. No es aventurado proponer que son coetáneas y que los constructores de ambas se sirvieron de los mismos patrones de construcción. Es como si hoy día unos constructores se hubieran servido de un mismo plano para hacer dos edificios idénticos. La comparación visual es suficiente para llegar a esa conclusión. Por ello nos inclinamos a concebir la torre de Mar Pequeña como gemela de la de La Isleta, cuadrada y de tres alturas por lo menos, al estilo de la torre del Conde, en La Gomera, y no más baja e incluso cubierta, como aventuraron algunos de ellos.

Es posible que la torre haya debido sufrir un fenómeno de hundimiento -las saeteras aparecen muy bajas respecto al nivel actual del suelo-, tal vez por tener su base en un fondo arenoso, aunque éste es un extremo que no se puede certificar hasta que no se realice una excavación siguiendo los cánones arqueológicos.

La importancia histórica y arqueológica de los restos de la torre es evidente. Además de ser la huella más antigua de los canarios y castellanos en África, es un exponente muy interesante de las construcciones defensivas de finales del siglo XV, en torno a la cual se articulaba todo un conjunto de relaciones sociales con las tribus locales que hizo que dos civilizaciones se conocieran y convivieran en paz, al menos durante un período que duró unos cincuenta años. Este enclave es historia viva canaria, y a los canarios nos corresponde crear el interés necesario en nuestros vecinos marroquíes para que esta huella no se pierda de nuevo, sepultada por las arenas del desierto.

(*) Director jurídico de la consultora BMG África. gambin@bmgafrica.com

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