La Provincia - Diario de Las Palmas

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Reflexión

Ley y orden

La reciente designación de Donald Trump como candidato republicano a la presidencia de EEUU ha sorprendido a la opinión pública internacional, puesto que se esperaba una elección distinta a la que representa el magnate norteamericano. Sin embargo, y además por amplia mayoría, la convención del partido ha optado por la figura y el liderazgo de un individuo que, nada más alzarse con la victoria, volvió a repetir el lema que le ha llevado a las mismas puertas de la Casa Blanca. "Yo soy la voz de América", una expresión que resume y enfatiza lo que el dirigente ha querido decir desde el mismo inicio de la campaña. Sus continuas provocaciones, el no ser oportuno ni muchísimo menos correcto, políticamente hablando, le ha granjeado la simpatía de muchos de los votantes que ven, por fin, como un político se presenta ante ellos sin falsedades o medias verdades. En Europa, quizás por la excesiva presión de los foros progresistas en los medios de comunicación, no se ha sabido entender el fenómeno del ascenso de los posicionamientos conservadores en la primera potencia mundial.

Ni siquiera en su país se ha logrado hacer inteligencia del auge de la defensa de las libertades individuales encauzadas en una tendencia política organizada. Roger Cohen, bien conocido por su faceta de columnista en el The New York Times, firmaba una sesuda colaboración en el diario cuyo contenido postulaba que "el liberalismo ha muerto". Y nada más opuesto a la realidad. Cuando el fatuo progresismo está en retirada, cuando día tras día los partidos socialdemócratas se convierten en la diana lastimera de los periódicos del mundo civilizado y cuando los populismos transversales se quitan la careta, amanece lo que ya F. A. Hayek escribió en The Constitution of Liberty: "La libertad no es un mero valor más, sino que es la fuente y condición de la mayoría de los valores". Esto es lo que le ha faltado comprender tanto a los analistas políticos de medio pelo como a la gente de la calle, al menos en esta orilla del Atlántico.

Si por algo se distingue la sociedad moderna es por la supremacía del sujeto sobre la masa y, de ahí, proviene la proclama de los derechos individuales por encima de cualesquiera otras formas de organización social. En Estados Unidos, y por si alguien lo ignoraba, esta ilusión por la libertad del individuo forma parte de la carta fundacional de la nación. Y muchos de los nacidos en ella, aunque les duela reconocerlo a tantos y tantos, identifican los discursos de Trump con las palabras registradas en la Declaración de Independencia de 1776. En su famoso Preámbulo ya se indica a las claras que la preserva y singularidad de estos derechos es "inalienable" porque en ellos reside la misma esencia del país. Por esta razón, buena parte de los estadounidenses aprecia en las manifestaciones del magnate un cierto aliento por la recuperación de la rancia tradición republicana de las responsabilidades individuales, porque, en el fondo, a lo que aspiran es a que sean ellos mismos los que decidan la suerte de la nación, pero no como un ente ajeno a su voluntad, sino como genuina representación de ésta.

El desprecio con el que es recibido Trump en Europa nos debería hacer pensar, antes que otra cosa, en el porqué de esta consideración. Al margen de lo que algunos apuntan sobre las conexiones con el autoritarismo de otras épocas, el discurso de los republicanos refleja los peores temores del progresismo institucionalizado en las estructuras del Viejo Continente. Devuelve al individuo su plena soberanía, radicaliza la "regla de la ley", como la llamó Hayek, aunque es más reconocible en su versión estándar como "ley y orden" y extiende la espontaneidad de un orden político y social que varía al albur de las circunstancias. La salida del Reino Unido de las instituciones europeas es un primer aviso de lo que este liberalismo propone a la sociedad y, sobre todo, a la clase política: es el individuo, y sólo éste, el que tiene la última palabra en todos los sentidos.

El "orden espontáneo" de Hayek, y por seguir con la explicación, es lo que desea el nuevo liberalismo de Trump y los republicanos. En él, no hay margen posible a la coacción colectiva ni la voluntad individual depende de la discrecionalidad de otra, salvaguardando los derechos esenciales de las personas ya que importa más lo legal que lo material. La libertad en estado puro, y no son sólo palabras, como ha demostrado el rechazo británico a la UE. Por ello, la necedad de Cohen al dictaminar la "muerte del liberalismo" es solamente equiparable a la ceguera mundial, y especialmente europea, al auge de los movimientos conservadores en Estados Unidos. Devaluarlos por medio de la caricaturización del personaje que lo lidera no es más que un fallido intento de someter la realidad a una interpretación que peca, como tantas otras veces, de un sesgo ideológico que repugna a la inteligencia de las cosas. Falta profundidad en los análisis, seriedad en el juicio y, lo más importante, convicción por entender el fenómeno antes que invitar a la cerrazón y al odio por completo ajenos a la razón.

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