La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

Emeterio

Querido amigo, María era una mujer soltera que siempre había querido tener un hijo. Corrían entonces los años sesenta y su único hermano vivía en Inglaterra trabajando para un exportador canario de papas y tomates.

Cuando estaba cerca de los cuarenta y había perdido toda esperanza de ser madre, su hermano la invitó a que fuera a Londres a pasar unos días con él, así que María se plantó en la capital británica donde descubrió un mundo que ni siquiera había imaginado.

Una de aquellas noches, Enrique, que así se llamaba el hermano, se la llevó al Top Rank, una discoteca de moda, y allí bailó todo lo que quiso hasta la hora del cierre. Después siguieron la juerga con unos ingleses muy divertidos y, aunque María apenas los entendía, hizo buenas migas con ellos y, entre el baile y las pintas de cerveza, acabó en brazos de un joven anglosajón que la cortejó hasta sus últimas consecuencias.

De vuelta a casa y recuperada ya de la resaca del viaje y sus emociones, continuó María su vida con normalidad hasta que, después de algo más de cinco semanas, notó que le faltaba algo y que, a cambio, le venían unas fatiguitas sospechosas... Sí, estaba embarazada y no tenía ni idea de quién era el padre, aunque tampoco le importaba mucho.

Como quiera que en aquellos años la barriguita de soltera le iba a suponer más de una incomodidad, decidió volverse a Londres con su hermano y gestar con tranquilidad al retoño que había sido por ella largamente deseado. Así fue como María tuvo su hijo de importación. Luego, más por curiosidad que por otra cosa, intentó averiguar quién era el mentor de la criatura, para lo que su hermano se puso a investigar entre amigos y conocidos pero, por desgracia, le notificaron que aquel joven había fallecido en un accidente de tráfico poco después de conocer a María, por lo que se encontraba enterrado en un cementerio de Londres.

Con todo aquel bagaje, María se dispuso a bautizar a su hijo al que le puso Emeterio González Ramírez, los apellidos por su madre y Emeterio por su padre, que era el nombre más parecido que se le ocurrió al del lugar donde reposaban los restos de su difunto progenitor...

Creo que había algún Emeterio anterior en la familia pero, no me negarás Gregorio, que la cosa tiene ciertos tintes de humor negro.

Pero eran otros tiempos y las ciencias adelantan que es una barbaridad. Ahora contamos con bancos de semen que pueden mantener congelados óvulos y espermatozoides durante todos los años que quieras, así que podemos fecundar a una joven y tener un hijo con ella aunque tengamos ochenta años o cuando estemos muertos... eso sí que es una barbaridad.

En ese caso, y sumándonos al humor negro de María, los bancos de semen donde reposan nuestros espermatozoides deberían llamarse "Sementerios"... Sería el nombre más apropiado.

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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