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Sol y sombra

Otegi, desafiante

Otegi ha dicho que no va a haber tribunal, Estado, Guardia Civil ni Ejército español capaz de impedir su candidatura a lendakari. Pese a sus ínfulas, hasta febrero de 2021 no puede teóricamente ser elegido para ocupar ningún cargo público puesto que pesa sobre él la inhabilitación. Sin embargo, Otegi sospecha que no hay dídimos ni leyes en esta vida suficientes para frenar sus aspiraciones. Conoce bien la retórica desafiante y sabe que el derecho es tan escurridizo como la serpiente que acompañaba a sus amigos pistoleros de ETA. Ha reiterado su falta de arrepentimiento, cree que basta con dar un paso adelante para librarse del pasado que lo vincula con los verdugos de la víctimas, y éstas, naturalmente, se rebelan ante la posibilidad de que semejante personaje pueda hallar su reinserción en la política nada menos que como lendakari de los vascos y las vascas. A las víctimas de ETA no se las pueda culpar de desear el ostracismo de Otegi. Ni a ellas en particular, ni a las víctimas de la sinrazón en general, ya que cualquier ciudadano decente puede considerarse como tal tratándose de los terroristas y de sus cómplices. No ha muerto casi un millar de personas para que Otegi venga a dárselas ahora de conciliador y busque su recompensa en los cargos públicos. Imaginarse una situación así en una sociedad civilizada no resulta fácil. Mirar hacia atrás supone el horror de encontrarse con tipos como Otegi; verlo en la desafiante actitud de mantener que frente a él no existe ley que le detenga es la prueba concluyente de la clase de sujeto que aspira a dirigir el Gobierno vasco. El problema es que pueda salirse con la suya por falta de concreción en la letra que lo inhabilita y excluye de las instituciones.

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