Albert Rivera saco un pie de limbo para ofrecer la posibilidad del "sí" a una investidura de Rajoy, después de haber practicado con insistencia la teoría del veto y la abstención. Puso seis condiciones -se podría decir que media docena de brindis al sol- inspiradas en la regeneración política que el Partido Popular presumiblemente se avendrá a considerar con el fin de abrir una negociación y evitar nuevas elecciones. Ninguna de las condiciones de Rivera es difícil de aceptar conforme a su enunciado y menos en las actuales circunstancias. Otra cosa es el rodeo constitucional que hay que dar para que cristalicen y se conviertan en algo determinado. Mucho más expuesto resulta creer que la voluntad de aplicarlas se traduzca en un objetivo acuciante para nuestra clase política. A Ciudadanos, sin embargo, le permiten dejarse oír mientras los demás permanecen callados y España sin gobierno. La pregunta es por qué Rivera prefirió hasta ahora poner en entredicho la utilidad de votar a su organización diciendo una cosa primero y la contraria después. Sabiendo además, porque lo contrario sería de ingenuos, que la lógica de apoyar un gobierno de centroderecha acabaría cayendo para él y los suyos por su propio peso antes de resignarse al hundimiento electoral. En las últimas horas se veía venir. ¿Qué sentido tendría negociar unos presupuestos con un partido sin respaldar, a su vez, al candidato que los defiende? Si el PP acepta las condiciones de C's, habrá que ver el papel de los socialistas en la asunción de responsabilidades para permitir un gobierno.
La primera pregunta a Albert Rivera curiosamente vino de una periodista del informativo de televisión de La Sexta que lleva por título Más vale tarde.
