La Provincia - Diario de Las Palmas

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Miradas

Otra vez Trump

Que el candidato a la presidencia de los Estados Unidos por el Partido Republicano es un bárbaro deslenguado que jamás medita acerca del alcance de sus comentarios es algo que ha quedado ya muy claro. Otra cosa es que semejante incontinencia verbal anticipe o no lo que podría ser su papel al frente del Estado más poderoso del planeta que, no se olvide, almacena armas nucleares suficientes como para acabar varias veces -muchas veces- con todos los seres humanos. ¿Levantaría Trump de verse investido como presidente un muro para separar los Estados Unidos de México? ¿Pretendería por añadidura cobrárselo a los mexicanos? Y, ¿cómo lo haría? ¿Recurriendo al ejército para obligar al pago? La última salvajada que ha soltado Donald Trump en una de sus intervenciones públicas -un mitin en Carolina del Norte- es la de sugerir que quienes tienen armas frenen a su adversaria, Hillary Clinton. En términos formales, la razón de dirigirse a ellos es el silogismo que lleva desde la probable elección de jueces progresistas para el Tribunal Supremo, atribuible a la señora Clinton de alcanzar la presidencia, al temor, puesto de manifiesto por Trump, de que unos jueces así limitasen la tenencia y disfrute de las armas pese a la segunda enmienda a la Constitución de los Estados Unidos que, como se sabe, autoriza a ir armado. Pero la frase que ha utilizado el candidato republicano es ambigua (¿deliberadamente?) y de ella cabe deducir que está animando a los pistoleros a disparar a Hillary Clinton. Sostener algo así en un país en el que varios presidentes y candidatos a serlo han muerto bajo disparos de las armas de fuego supone mentar la bicha, desde luego. No es difícil sacar la conclusión de que no pocos trastornados mentales con armas en casa se verán tentados a seguir la sugerencia real o imaginaria. Que se les pudiese haber ocurrido sin necesidad de que les animen desde los mí- tines es algo secundario: lo crucial es la manera como Trump maneja un asunto de tanta trascendencia como es el del libre uso de las armas. Pero el episodio, además de ser una clarísima incitación a la violencia, añade dudas acerca de si supone además un indicio cierto acerca de cómo actuaría Trump en caso de contar con los poderes muy amplios que concede Estados Unidos a sus presidentes. Puede ser que su personalidad incluya no sólo la tendencia a decir lo primero que le pasa por la cabeza como el tomar decisiones políticas y militares a juego. Pero también cabe la hipótesis contraria: la de que el patoso Donald -el tropo afortunado no es mío, por desgracia- usa los disparates como arma electoral y luego, de llegar a la Casa Blanca, moderaría sus actos. Lo malo es que no hay forma de comprobar cuál de las alternativas resulta más acertada sin que el candidato Trump se convierta en presidente de los Estados Unidos. Y eso asusta hasta a los propios republicanos; a los sensatos, al menos.

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