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Crónicas galantes

Cuatro días por semana

Hay cosas que conviene hacer cuatro días por semana, aunque no sean exactamente esas en las que algún lujurioso lector pudiera estar pensando. Lo que la ONU recomienda es que se trabaje tan solo de lunes a jueves, ampliando el fin de semana a las tres jornadas restantes. La idea no puede ser más sensata.

Alegan los especialistas laborales de Naciones Unidas que esa reducción a cuatro días favorecerá la mejora de la salud pública. Parecen dar así la razón a quienes contradicen la arcaica creencia de que el trabajo es salud; pero no solo eso. La más breve semana de faena ayudaría también a crear un mayor número de empleos y, por añadidura, los trabajadores serían más productivos para la empresa.

No dicen nada que la Historia no certifique. De hecho, la rebaja de la jornada laboral a ocho horas determinó un inesperado aumento de la producción cuando fue adoptada allá a finales del siglo XIX por los países más avanzados.

Los reaccionarios de entonces calificaban de lunáticos a los sindicalistas que hicieron huelgas hasta abolir los días de 12 y hasta 18 horas de trabajo habituales en la primera época de la revolución industrial. Pero incluso ellos tuvieron que rendirse a la evidencia minimalista de que menos (trabajo) puede ser más (rendimiento). Baste el ejemplo de los alemanes, pueblo famosamente trabajador que, sin embargo, le echa a la faena muchas menos horas al año que los españoles o los griegos.

Trabajar en abundancia -aunque no tanto en calidad- ha pasado a ser cosa de chinos. Son ellos, ciertamente, los que mantienen en marcha la fábrica del mundo mediante la facturación masiva de productos de Todo a Cien; pero incluso esa fórmula tiene fecha de caducidad.

Solo es cuestión de que el formidable crecimiento anual de su riqueza, también llamada PIB, consolide una clase media con poder adquisitivo como la que ya está naciendo en la República Popular fundada por Mao. De ahí a que los currantes empiecen a exigir condiciones de trabajo equiparables a las de Occidente no hay sino un paso que probablemente darán más pronto que tarde.

La misma propuesta de cuatro días de trabajo a la semana que hace la OIT de Naciones Unidas se ha quedado ya vieja en la medida que supondría redistribuir el actual calendario laboral en jornadas de diez horas diarias.

Con visión mucho más avanzada, el empresario mexicano Carlos Slim lleva ya tiempo abogando por una semana de solo tres días de trabajo, si bien a razón de once horas por jornada. Aun así, el calendario laboral bajaría de las cuarenta horas actuales a solo 33, con las ganancias de ocio y productividad que la experiencia acredita en estos casos. El hecho de que Slim no sea precisamente un sindicalista, sino uno de los hombres más ricos del mundo, no hace más que avalar la imparcialidad de su criterio.

Es fácil de entender. Con una o dos jornadas menos de trabajo a la semana, bajarían los atascos de tráfico propios de un día laborable; y en consecuencia, la contaminación del ambiente. Mejoraría además la salud y el ánimo general de los trabajadores, lo que sin duda habría de favorecer una mejor disposición para la faena y la productividad.

Infelizmente, los gobiernos no están aún por la labor de adoptar esta variante mejorada de la semana inglesa, pero todo es cuestión de tiempo. Y de que los robots entren a saco en las cadenas de producción, todo hay que decirlo.

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