Esta medalla de plata que se ha logrado en Río 2016 no es casualidad. Tampoco fruto del trabajo de hace unos meses. Es un metal que llega desde mucho más tiempo atrás.

Si ayer el baloncesto femenino español alcanzó una barrera que nunca había podido superar antes ha sido por la constancia en los últimos 10 o 12 años. El buen hacer en las categorías inferiores de la selección y, en general, de todo el baloncesto de formación ha logrado esto. Una medalla de plata que en otro momento jamás hubiéramos imaginado.

Más allá del partido de ayer, ante una selección inalcanzable, -para empezar, por su imponente físico-, España ha hecho un torneo fantástico donde ha brillado el grupo. La conexión entre estas jugadoras merecía un broche como es una medalla olímpica, un hecho histórico.

Una de las claves que ha guardado este equipo y, que concuerda con el trabajo que se viene realizando desde hace años, es que el cambio generacional no ha sido brusco. Las nuevas hornadas de jugadoras se han ido incorporando poco a poco. Muchas de ellas ya han sido campeonas sub 16, 17,18 o 20 antes; varias, incluso juntas en el mismo equipo.

Me gustaría poder decir que el baloncesto femenino, tras este nuevo éxito, tendrá un repunte de apoyos, pero dudo que eso suceda. Ya he visto varios títulos así y, al final, siempre han servido de poco. Ojalá la tendencia cambie. De momento, disfrutemos de esto y felicitemos a la familia del baloncesto femenino nacional y, en especial a las tres 'nuestras: Leonor, Leticia y Astou.