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Crónicas galantes

La Pascua de las elecciones

Más retorcido que de costumbre -y ya es decir-, el presidente Rajoy ha movido los calendarios de tal modo que, si hay terceras elecciones, estas se celebrarán inevitablemente el día de Navidad. O el Congreso le revalida ahora el cargo de jefe del Gobierno, o los españoles tendrán que ir a votar con la resaca de Nochebuena a cuestas.

Literalmente, les ha hecho la Pascua a sus adversarios y, de rebote, a la ciudadanía en general. Si los socialdemócratas del PSOE insisten en darle nones, no les quedará otra que cargar (injustamente o no) con la culpa de haberles estropeado las fiestas navideñas a las familias de este país. Y si optan por la abstención, Rajoy tendrá por delante cuatro años de aparente bonanza económica para consolidarse en el cargo. Es todo un dilema en el que, hagan lo que hagan, se arrepentirán.

Peor aún que eso, la celebración de unas elecciones el día del nacimiento del Señor ame-naza con provocar altercados familiares en una fecha tan poco apropiada como la víspera de Navidad.

La noche de paz a la que aluden los villancicos suele multiplicar, ya de por sí, las riñas domésticas propiciadas por la reunión anual de las familias en el reducido espacio del comedor. Al calor del alcohol, que en la Nochebuena tiene bula, crecen como nunca las discusiones sobre política, fútbol y casi cualquier otro tema que pueda enfrentar a los cuñados y demás miembros de la parentela. Ya el gran filósofo y humorista Groucho Marx advirtió que la familia es una gran institución? siempre que te guste vivir dentro de una institución, naturalmente.

Si los diabólicos planes de Rajoy tienen finalmente éxito, la Nochebuena de este año bien podría ser la espoleta de una guerra civil. Quizá no tan cruenta, desde luego, como la del 36, que empezó con los calores de julio y eso siempre influye en el ánimo de los contendientes. Lo cierto es que estas cosas se sabe cómo empiezan, pero nunca cómo acaban.

Obligados a meditar en familia sobre su voto durante la etílica víspera de la Navidad, los españoles bien podrían convertir la noche de paz en un guirigay que obligase a la intervención de las fuerzas del orden.

Baste imaginar lo que puede ser una jornada nocturna de reflexión alrededor de una mesa en la que se sientan el chaval devoto de Podemos, el abuelo jubilado del PP, los padres divididos entre el PP, el PSOE o Ciudadanos y los cuñados que largan chistes sobre todos los partidos políticos. En cualquier momento puede saltar la chispa que saque a alguno de sus casillas y transforme la cena pascual en una velada de boxeo. Y al día siguiente toca votar, con el cabreo todavía en el cuerpo.

Quizá Rajoy no haya evaluado estos riesgos cuando trazó el maquiavélico plan para colocar a sus inexpertos adversarios en la tesitura de reelegirlo o forzar -sin pretenderlo- unas terceras elecciones que acabarían con la paciencia del personal.

Confía sin duda el presidente en que el temor de sus opositores a una nueva votación en fecha tan señalada como la de la Navidad los apremie a facilitarle el gobierno como mal menor; pero esto es, a fin de cuentas, España. El país del maño -o del Sánchez- que responde con un "chufla, chufla, que como no te apartes tú" a los silbidos de advertencia del tren mientras camina por las vías.

Lo único claro es que entre unos y otros nos van a hacer la Pascua.

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