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Opinión

De lo previo a lo diferido

No se puede reprochar al PP la escasa convicción con que se sienta a negociar con Ciudadanos cuando se conoce de antemano que todo esfuerzo es insuficiente para evitar que la próxima semana se rompa el sueño de Rajoy de prolongar la mayoría absoluta por otras vías. Ni el artero uso del calendario parece doblegar el empeño de un sector mayoritario del Congreso de poner fin, con la derrota de las aspiraciones del candidato a repetir como presidente del Gobierno, a la autarquía política del Partido Popular.

La imagen con la que mejor se visualiza la disposición de los populares hacia Ciudadanos es aquella en la que Nixon da la mano derecha a un votante potencial sin mirarle a la cara y con toda la atención puesta en el reloj de pulsera que lleva en su mano izquierda. Es un ninguneo con apariencia de cortesía similar al que se somete a Rivera cuando, por ejemplo, algunas de sus exigencias previas para sentarse a negociar se convierten en medidas condicionadas a la investidura de Rajoy. Desde el famosos despido de Bárcenas sabemos de la querencia de los populares por todo lo que sea diferido. Pero ¿hace falta que el presidente en funciones revalide el título para que el PP decida fijar un código mínimo sobre cómo proceder con los presuntos corruptos? La más directa de las condiciones previas de Ciudadanos, la única que no está sujeta a lo que dispongan otros partidos además de los firmantes del acuerdo, la más incómoda por sus consecuencias y su inmediatez fue desde el primer momento objeto de manoseos por parte de los populares hasta su completa desfiguración. Todo un síntoma respecto a la importancia que conceden a quienes ocupan el otro lado de la mesa.

Cuando, transcurridos más de dos meses desde las elecciones, Rajoy choque con la evidencia de que su victoria electoral hay que revalidarla en el Parlamento, quizá el PP asuma que es ya otro tiempo político, en el que los socios potenciales exigen más atención que un mero apretón de manos.

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