La parte final de agosto está presidida por el espíritu de la vuelta al cole. Es un espíritu confuso, en el que se mezclan la desgana con las ganas, y un cierto afán de reiniciar cosas se abre paso como puede en el pantano de indolencia en que acaba tomando cuerpo el verano. Pero este año hay algo distinto, un tedio-ambiente dejado por la parálisis política, pues aunque sea ya patente que hay vida sin gobierno (y por tanto damos a éste más importancia de la que tiene), hay una función de dirección de orquesta, o al menos de diapasón, que nadie cumple, con lo cual el tempo no se sabe cuál es y no hay modo de que arranque algo parecido a un concierto. O sea, que cada uno afine su instrumento, busque la hoja de la partitura, ensaye una tosecilla, mire de reojo a los otros y a tocar, sin mirar siquiera para el atril en este raro comienzo de curso.
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