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Inventario de perplejidades

Votar el día de Navidad

En España, tradicionalmente, agosto nunca fue un mes propicio para la agitación política, que es una actividad que suele desarrollarse en el escenario madrileño. En agosto, en la capital del reino hace un calor insufrible, la gente, con nómina oficial o sin ella, huye a las playas o a las sierras para refrescarse un poco y las páginas del Boletín Oficial del Estado solo se usan para abanicarse. A nadie en su sano juicio se le ocurriría hacer algo importante en agosto exponiendo la sesera a sufrir una insolación mortal. Agosto, en definitiva, es un mes políticamente inerte y hay que pasarlo a la sombra haciendo los menos esfuerzos posibles y con la mente dispersa. Este año, en cambio, por culpa de las astucias políticas del señor Rajoy, agosto se ha convertido en el mes decisivo para concluir la investidura de un nuevo presidente del gobierno. Con el peligro añadido de que, si no cuaja esa salida mediante un pacto entre el PP, Ciudadanos y la abstención del PSOE, podríamos estar abocados a unas nuevas elecciones a celebrar el 25 de diciembre. Llamar al voto el mismo día de Navidad es un recurso electoral perverso que solo puede habérsele ocurrido a un cerebro retorcido, porque no podemos atribuirlo a la mera casualidad. En todo el orbe cristiano no hay antecedentes de una cosa igual. Y viene a confirmar, una vez más, que, como dicen sus panegiristas, el señor Rajoy efectivamente maneja los tiempos como nadie. El año pasado retrasó la convocatoria de las elecciones hasta hacerlas caer el 20 de diciembre, dos días antes del sorteo de la Lotería de Navidad, y cuatro antes de la Nochebuena. Algunos politólogos (profesión en claro auge) interpretaron que el señor Rajoy, muy acosado por los casos de corrupción que afectaban fundamentalmente a su partido, quiso aprovechar un ambiente propicio a la caridad, al perdón de los pecados y al reencuentro familiar (hasta en las guerras más enconadas hay treguas navideñas) en beneficio propio.

La jugada no le salió del todo bien pero el PP resultó ser la lista más votada y el Rey sondeó la posibilidad de encargarle la formación de gobierno; no obstante, el político pontevedrés rechazó el ofrecimiento so pretexto de no disponer de la mayoría suficiente. El resto es historia reciente y bien conocida. PSOE y Ciudadanos pactaron un programa de gobierno de orientación más bien liberal al que no quiso sumarse Podemos, ni por supuesto el PP, y la situación de bloqueo obligó a una nueva convocatoria electoral el 26 de junio, un día después de que cobren los pensionistas la paga extraordinaria de verano. Los resultados fueron muy parecidos a los de la convocatoria anterior, aunque más favorables para el PP, que incrementó el número de diputados. Y esta vez el señor Rajoy sí aceptó el encargo real y negocia en la actualidad un pacto de investidura con Ciudadanos, que aspira a ser el perejil de todas las salsas políticas posibles. Lo malo del asunto es que para lograr la investidura necesitan de la abstención de los socialistas y estos no pueden proporcionársela "gratis et amore" si aspiran a no darse el batacazo definitivo ante el electorado de centro izquierda que aún les es fiel.

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