El Partido Socialista establece sus posiciones políticas a través de las resoluciones de sus órganos de dirección. Ha sido el comité federal del PSOE, máximo órgano entre congresos, quien estableció la posición política que, hoy por hoy, es la vigente, de obligada obediencia. A saber y resumiendo: no a la Presidencia del candidato del PP, no a la investidura y no a un eventual acuerdo del Partido Socialista para gobernar con los partidos separatistas.

Esta posición política no debería analizarse como si se tratara de un texto jurídico donde las previsiones cuentan de manera determinante, sino como se ha tratado de expresar literalmente: "no y no". Así son las cosas y así se establecieron tras las elecciones del 20 de diciembre.

El resultado es conocido: la repetición de los comicios, y la posición no se ha modificado tras las nuevas elecciones del 26 de junio.

Y eso que las cosas son distintas entre una y otra elección. En diciembre pensábamos que, de todas las opciones posibles, la peor era que ningún candidato obtuviera el apoyo de la Cámara para ser investido y que hubiera que repetir los comicios, lo que significaba un rotundo fracaso del Parlamento electo, cuyo primer cometido es que haya gobierno y permitir que cada uno de los poderes -el parlamentario (legislativo), por un lado, y el ejecutivo, por otro- se conforme en plenitud de sus capacidades para que uno y otro lleven a cabo la tarea que en una democracia parlamentaria les está encomendada: orientar y controlar la acción de gobierno, legislar, en el caso del Congreso de los Diputados, y gobernar, como es propio del Ejecutivo, dándose la correcta relación gobierno/oposición, inherente a la vida parlamentaria.

Fue un fracaso que la representación política trasladó otra vez a los ciudadanos, a sabiendas de que las posibilidades de una correlación de fuerzas distinta a la resultante de las elecciones del 20 de diciembre es muy improbable (al margen de las penalizaciones que el asunto conlleva y que, en el caso del PSOE, resultan evidentes). Efectivamente, las cosas hoy son muy parecidas? pero no iguales. La posibilidad de que hubiese un gobierno encabezado por alguien distinto al candidato del PP se esfumó debido a la impericia, a la ambición personal y a la bisoñez política de Podemos, cuyos representantes creían que gobernar es un asunto un poco prosaico ante la fantasía de imaginar el asalto a los cielos, producto de una ensoñación ideológica donde el populismo se convierte en la enfermedad infantil del izquierdismo. Fue Podemos quien frustró la posibilidad negando el apoyo al acuerdo PSOE/Ciudadanos que sumaba 130 votos (con los 71 votos suyos serían 201), suficientes para abordar la tarea de un Parlamento que reflejaría en el gobierno la composición plural para llevar a cabo la dinámica gobierno/oposición con absoluto rigor y respeto a la democracia parlamentaria. El voto a favor del candidato del PSOE no exigía ni una capitulación ni una traición ideológica, sólo era el margen de confianza necesario para abordar una agenda política reformista y, en la medida de lo posible, capaz de invertir la situación tan generadora de desigualdad social creada por las negativas políticas del PP.

Evitar la repetición de las elecciones debe ser hoy el objetivo a compartir y que España cuente con un gobierno y una oposición parlamentaria, cada uno en su sitio, para afrontar los retos -que tenemos la obligación de compartir- que tienen que ver con la superación de la crisis económica para crear empleo con salarios dignos, para garantizar la sostenibilidad de nuestros servicios públicos y de las pensiones, para ofrecer seguridad ante la amenaza terrorista y para enfrentarnos al reto separatista con autoridad y convicción democrática.

No olvidemos que las decisiones políticas (y las no decisiones) tienen consecuencias. Conviene aclarar que no podemos mantenernos en la ilusión de un discurso abstracto, nominalista y falso que sugiere la existencia de "una alternativa de izquierdas". Cuando se pasa de la retórica a la aritmética, esta alternativa no existe, como tampoco tiene demasiado recorrido la apelación a los "afines ideológicos". ¿Acaso no habíamos llegado hace unos meses a un acuerdo con Ciudadanos para gobernar? ¿Era entonces Ciudadanos "afín ideológico" de la izquierda y lo es ahora de la derecha? La apelación a los "nacionalistas" es un mero anacronismo. De nacionalistas que contribuyeron a la estabilidad política y a la conformación de mayorías parlamentarias en España, en el Congreso de los Diputados, hemos pasado a un planteamiento separatista, independentista, explícito, en donde las diferencias ideológicas entre Esquerra Republicana, el partido de Artur Mas e incluso la CUP se subordinan, pasan a un segundo plano, ante la coincidencia con el objetivo independentista. ¿Y el PNV? ¿Es de derechas o de izquierdas?

Sostenemos en el PSOE que no hay acuerdo posible con partidos separatistas; lógico, porque no se puede acordar ni la Presidencia ni el programa de gobierno para España con aquéllos que quieren marcharse de España. Aún considerando que podemos aceptar como posibles socios de gobierno a las confluencias que forman parte de Podemos, aquéllos que defienden el derecho de autodeterminación, la salida del euro u otras veleidades en política económica o en política exterior, y que excluyen además cualquier acuerdo con Ciudadanos, que ya ha pactado con el Partido Popular, la aritmética indica que la suma de todos estos diputados no es suficiente para superar al otro bloque: el PP cuenta con 137 diputados, Ciudadanos con 32 y Coalición Canaria con uno. En total, 170 diputados. Mientras que, por otro lado, la suma de los diputados del PSOE (85) y los de Podemos (71) da como resultado 156 diputados. Deberíamos considerar que ni Bildu, ni Esquerra, ni el Partido Democrático de Cataluña formarían parte de una coalición gobernante; luego, sólo quedarían los diputados del PNV (5), que, agregados a esos 156 diputados, no superarían la suma de PP y Ciudadanos. Así son las cosas.

Toda la retórica sobre las alternativas de izquierda no resiste el menor análisis y no es conveniente confundir deseos con realidad. Con estos planteamientos irreales, la consecuencia es, inevitablemente, la repetición de las elecciones. El PSOE no se ha caracterizado nunca por ser cobarde ni irresponsable y, por muy importante que sea la disputa del poder interno con el infame discurso que pretende atribuir a una parte del partido la ignominia de querer que gobierne la derecha, sepamos que, si se repiten las elecciones, seremos responsables de haber llevado al partido a la irrelevancia y a la peor situación en términos de representación política y de influencia social. Como bien se dijo en el comité federal, sólo hay una cosa peor que un gobierno de Rajoy, y es un gobierno de Rajoy con mayoría absoluta.

La política no suele desenvolverse mediante abstracciones. Los problemas son siempre concretos, reales: si no hay investidura se repiten las elecciones. Ante la imposibilidad de una composición que logre mayoría absoluta, la norma pide que resulte investido el candidato que obtenga más votos a favor que en contra. Los votos a favor son un apoyo (relativo, en muchos casos, es cierto) al programa de gobierno presentado por el candidato. Los votos en contra son lo que la expresión indica; y, a falta de alternativa, se convierten en un voto de bloqueo, de veto, de propuesta implícita de nuevas elecciones. No creo que haya nadie que no sepa esto, que, cuando se dice "con mi voto, no", oculte que también hay alternativa a este planteamiento y que no se limite a contar lo malo que es el PP, lo corruptos que son muchos de sus dirigentes, el daño que causan sus políticas,? cierto. Pero el liderazgo tiene que ver con la explicación de lo que se decide, del porqué se decide y entre qué alternativas distintas se opta. Hay que acostumbrarse a reconocer que la política casi siempre lleva a tener que elegir, no entre una opción buena y otra mala (sería fácil), sino entre lo malo y lo peor o lo menos bueno y lo malo. Explicarlo, ponerse al frente, liderar, eso es lo que necesita España en este momento, no plantearse el recurso cobarde que niega el principio mismo de la representación apelando al pusilánime "que decidan las bases", a que vuelvan a decidir los ciudadanos. ¿Acaso en esa situación renunciarían los dirigentes a orientar a las bases, a plantear las propuestas a los ciudadanos? Si se tiene posición, ejérzase con coraje, con convicción, y asúmanse las consecuencias de lo decidido o, en "última instancia", tómese una decisión y ratifíquese ésta por los afiliados (asumiendo también las consecuencias de que opinen de manera distinta a la dirección). Los ejemplos recientes de iniciativas políticas irresponsables (Brexit) tienen que ser valorados por las consecuencias, por el bien o el mal causado, por la frustración de quienes decidieron y reconocieron que no contaban con toda la información o que la que se les suministró no era del todo correcta? Pero, recordemos: no hay decisión política sin consecuencias.

Sería difícilmente asumible que los que por incapacidad para resolver nos lleven a unas nuevas elecciones (¿Cuántas veces tendrían que repetirlas? ¿Hasta que alguien ostente mayoría absoluta?).

Siendo los programas los mismos, siendo los electores los mismos, no podremos evitar que se proponga entonces que los candidatos sean otros.