La Provincia - Diario de Las Palmas

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Fernando Canellada

Azul atlántico

Fernando Canellada

José Antonio Morillas

Ha muerto un jesuita joven. José Antonio Morillas Brandi se ha consumido con 69 años, a una edad que le permitía mantenerse en plenas facultades intelectuales y en su caso físicas, hasta que la enfermedad se cruzó en su camino.

Conocí a Morillas en la casa de los jesuitas en Tafira. Me sorprendió nada más verle. Me fijé en una juvenil pulsera que llevaba en su mano derecha y que destacaba mientras hablaba y gesticulaba. Después, el colorido de su atrevida indumentaria, más parecido al de un turista británico que al de un jesuita andaluz. Creo que Dios lo puso en mi camino, tan humano y tan ignaciano, algo que nunca podré olvidar.

Hemos tenido después algún fugaz encuentro en el periódico y por la avenida Marítima con su irreconocible atuendo ciclista. Estoy seguro de que había convertido la bicicleta en un lugar de oración. Hasta que la hospitalización se lo impidió, el contacto continuó por el correo electrónico. La última fotografía a la entrada de LA PROVINCIA / DLP nos devuelve al auténtico Morillas que se comió la enfermedad. Cuando falleció pesaba 35 kilos. Sus colaboraciones en estas páginas le retratan en cuerpo y alma. Siempre luminosas, sencillas y humildes como era él, un sacerdote amoroso y lleno de misericordia en la línea más nítida del papa Francisco. Amaba profundamente a la Iglesia y sufría en obediente silencio público. Esta sociedad y esta iglesia necesitan curas y jesuitas como Morillas, profetas, que sean significativos, que se afanen por el bien de los hermanos. Que coincidan en su capilla ardiente una prostituta y una marquesa.

No olvidaré su conversación huidiza y su rostro sonriente, y sus muecas, me dicen, que hasta con el último aliento. Gracias, José Antonio, por dejar en esta tierra la semilla de tu bondad, por tu guía. Y como decía Unamuno, nada de descansar en paz, en la gloria, en la gloria eterna. Esa es la que te has ganado.

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