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Perspectiva

El lenguaje más allá del martillo

Decía Aristóteles que los seres humanos somos humanos por una razón: porque movemos la lengua y emitimos un aire semántico. El cuidado del lenguaje es tan necesario y vital como la naturaleza que nos rodea, o como el cuidado de aquellos otros seres que acompaña nuestras vidas. Muy simple para algunos: el lenguaje, un instrumento para la comunicación. Más complejo para otros: un símbolo de representación de la cosa. Una construcción con representación. Seguramente, es algo más allá del martillo para poner en contacto la tacha con la madera. Al hablar, sin reparar en ello, describimos quiénes somos, existimos, y recuperamos la memoria de nosotros como humanos. A mis alumnos, que deben adquirir una semiología propia y especializada, les produce una inmensa conmoción saber que el lenguaje los posee, que hacen un uso, en la mayoría de las ocasiones, automático y no reflexivo del mismo. Nombrar y escribir las palabras que pensamos, las palabras que deseas, las palabras que se buscan, conduce a nuestra memoria personal y colectiva. Uno no puede ser más que su propia memoria. Con las palabras, con el lenguaje, se crea un espacio público. Abre la inteligencia, un goce o un martirio, según se vea. Lenguaje, memoria y tiempo es el más hondo resumen de nosotros.

En la premisa que el aprendizaje no es importante, sobre todo ahora que tenemos tantos medios de conocimiento e información, sino el poder crear espacios de libertad intelectual y capacidad de pensar, el lenguaje juega una función estratégica. Lo procuro en la Facultad. Compruebo con mis alumnos -universitarios y excelentes estudiantes-, que al tener la mente aglutinada con pequeños coágulos -parcialidad, acriticismo y ausencia de curiosidad- no les permite entender, mirar o interpretar lo hablado. Y ni tan siquiera jugar con las palabras, cuando al proponerles algunos ejercicios, sugiero que las rompan y las descompongan. Por ejemplo, la palabra esperanza cuya vitalidad es esencial para la vida. Ocurrírsele el término "esperar" como algo movilizador, y para no ceder a la desesperanza, como el que no espera, y se hallan de cara con la nada. Así mismo, es esencial saber la raíz etimológica de las palabras, pues desde ahí se genera el logo y las categorías. El progreso económico impone la lengua dominante, y la civilización ha sufrido la pérdida del griego y del latín, para la comprensión de las palabras. Como decía Emilio Lledó, los griegos descubrieron una serie de palabras que constituyen lo que, con más o menos razón, llamamos cultura occidental. En la búsqueda del significado, una de las palabras centrales de la cultura griega es la palabra felicidad, eudaimonia, que significa, algo así como, tener un "buen diosecillo" o alguien supremo que te ha mirado con benevolencia y te ha hecho que tengas más ánforas que otro, y más vestidos y esclavos. Es decir, ser feliz era tener. Esto es, si tenías más bienes materiales te ayudaba a vivir. Pero, según señala el filósofo, hay un momento en la cultura griega, en que ya no se trataba de tener, sino de ser. Algo más sutil, más interior, más personal. Y ese cambio significó un giro decisivo en la idea de libertad y de felicidad. Eras feliz si no te avergonzabas de ti mismo, si te sentías digno de ti mismo. Y eso tiene que seguir manteniéndose.

Siguiendo con los alumnos, al preguntar el origen y el significado, por ejemplo, de la palabra, persona, muchos de los alumnos divagan en definiciones nada operativas, sin originalidad y distantes. En nuestro diálogo, al señalarle que "persona", tiene su origen en la palabra máscara, sus caras expresan una extrañeza y se miran unos a otros como si les mintiera. Las palabras incitan al saber y a la crítica. Y cada vez será peor, ahora, con la desaparición de la filosofía en la formación escolar y la escritura wassap, entraremos en un ocaso. La filosofía, entendida no como amor a la sabiduría, sino, como lo que los seres humanos han querido entender sobre las grandes cuestiones de la existencia (la justicia, la verdad, la bondad, etc.) nos procura un lenguaje propio para saber qué es lo que somos, cuál es el futuro colectivo de una serie de personas que constituyen una nación, un pueblo o una humanidad. Esta sí es una de las grandes globalizaciones la de la cultura, la del progreso intelectual, con el lenguaje.

Russel, Carnap, Wittgenstein, Ricoeur, Frege, Ryle, y otros nos invitan a mover la lengua sobre el lenguaje. O si se prefiere otras aproximaciones, lenguaje y clase social (B. Bernstein), el lenguaje y el otro (J. Lacan), o filosofía del lenguaje (E. Lledó) es una tarea apasionante, porque la búsqueda de lo identitario, no deja de estar presente. Wittgenstein (1899-1951) nos decía que los límites del lenguaje son los límites de mi mundo. El significado de las palabras nos viene dado por el cómo se usan. El lenguaje es una pintura de los hechos, un reflejo. El significado no es la referencia ni el referente. Reducir una palabra a un concepto unívoco es inexacto, pues en su uso y su función es donde recobra su plenitud.

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