Como si se tratara de un fenómeno o catástrofe cíclica, la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, dejando a un lado la política, parece oscilar entre unos periodos de casi incontenible alegría popular y otros de desánimo, desinterés o rabia contenida. Siempre hablando en términos generales, pues siempre habrá personas con más alegría de la cuenta y otras con penurias por diversos motivos, no siempre económicos.

Unos años son de entusiasmo ciudadano más o menos desbordante, con la creación de nuevos espacios públicos o la regeneración de otros abandonados, la limpieza de las calles, etc. Por contra, tras esos años, se vuelve a caer en el abandono progresivo, la desidia, la suciedad en las calles y espacios públicos, que parecen producir entre la gente un sentimiento de desafecto e indolencia hacia su ciudad. Ahora estamos en uno de estos periodos negros, o colorados con tintes morados o amoratados por el sufrir según quien los califique, como ya lo padecimos en la etapa de Saavedra y de Mayoral como alcaldes. No es una cuestión de partidos políticos, aunque seguramente lo pudiera ser, es una evidencia contrastable para cualquier observador imparcial que ve y mira la realidad del entorno urbano. Dos ejemplos para ilustrar este sentimiento, que aunque lo siento como propio y subjetivo, al menos en mi entorno es percibido con más virulencia y exasperación si cabe. Uno es el caso de la escultura El Exordio, más conocida como el Tritón, concebida e instalada en ese lugar vecino de la playa de La Laja, para dar la bienvenida a los que llegan a Las Palmas de Gran Canaria desde el sur, haciendo sonar una caracola y señalando el camino. Está pobremente iluminada, por lo que es poco visible desde la carretera hasta que se está casi al lado. Ahora de noche sólo están iluminadas las piernas hasta la altura que permite la "moral y las buenas costumbres", decía un jacarandoso laspalmeño adoptando una pose decimonónica afectada. Otros comentaristas ocasionales decían que se habían ido apagando las luces para hacer que el entorno fuera más acogedor y discretito para el uso peculiar que se le da en cuanto oscurece. El segundo caso del mismo tenor, es la no iluminación de Lady Harimaguada, la monumental y singular escultura que el gran artista canario Martín Chirino creó para la ciudad. En muchas postales aparece como un icono de Las Palmas de Gran Canaria. Pues tan circunstancia no parece importarle nada a la corporación municipal, porque la pobre Lady está sin una lucecita que la alumbre. Por su color blanco, al contrario que el Tritón, es visible en esa penumbra amarillenta que produce el reflejo de la iluminación periférica de la autovía de San Cristóbal. De momento parece escapar del furor grafitero y de los eslóganes políticos, pero sólo es cuestión de tiempo y de tener poco interés en perseguir esos delitos. En ambos casos produce una sensación de que el Ayuntamiento se avergüenza de esas singulares esculturas y pretende hacerlas pasar desapercibidas para los paseantes, conductores y pasajeros de guaguas nocturnos. A mi entender, valorar estas cosas es una muestra de cultura y sensibilidad colectiva para con el arte a la vez que refleja un respeto por lo nuestro que para algunos sólo parece manifestarse disfrazándose de maúro en las romerías.