El nombramiento hace tres semanas de diez nuevos directivos del Real Club Náutico de Gran Canaria, para cubrir las vacantes que habían dejado otros tantos dimitidos en el equipo de Fernando del Castillo, así como la probable adjudicación del servicio del restaurante a Miguel Ángel Rondón, deben servir como punto de inflexión y corrección del rumbo de esta institución señera. El Náutico atraviesa en los últimos tiempos una desconcertante crisis, en la que aparecen entreverados errores de gestión y rencillas personales. Ni lo unos ni las otras deberían empañar el buen nombre de una entidad que a lo largo de más de un siglo ha sabido labrarse una importante imbricación en el tejido social de la Isla y un destacado protagonismo como semillero de regatistas de élite mundial.

Hace apenas un mes, de las quince personas que conformaban la directiva comandada por Fernando del Castillo apenas permanecían cinco en sus puestos, y no había transcurrido ni medio año desde su elección. A esto se le sumaba el cierre del restaurante tras haber quedado desierto el concurso para asumir la concesión. Era la tormenta perfecta.

Es sintomático que las primeras dos dimisiones, las del gerente y el comodoro, se verificaran apenas tres meses después de tomar posesión de sus cargos. Y que lo hicieran mostrando diáfanas desavenencias con el presidente, que fue acusado entonces de ostentar una "actitud dictatorial". La llegada de Del Castillo el pasado marzo tras unos apretados comicios, con la que se pretendía cerrar la agitada etapa de su predecesor en el cargo, Óscar Bergasa, más que cauterizar las heridas abiertas entonces vino a descubrir otras. Si la gestión de Bergasa recibió una enconada contestación desde una parte de la masa social, las discrepancias le estallaban al actual presidente en el seno mismo de su equipo de confianza, dispuesto a cuestionar abiertamente sus decisiones.

Enredado en todo esto aparece el cierre del restaurante desde el 1 de agosto. Es cierto que a estas alturas la adjudicación a Rondón sólo está pendiente de resolver unos flecos derivados del conflicto laboral que se ha generado. Como la reposición de los directivos dimitidos, hay que saludar esta iniciativa como el primer paso en aras de una vuelta a la normalidad en el funcionamiento de la institución, pero también es cierto que no se debía haber llegado a la suspensión del servicio.

Lo de restaurante podrá parecer una cuestión menor, pero sin duda no lo es para una entidad de estas características y por las especiales circunstancias en las que se consumó. El establecimiento gastronómico echó el candado el pasado 31 de julio tras expirar la concesión de su explotación y después de que quedara desierto un concurso para la adjudicación del servicio. Aquella fue una convocatoria de última hora y con unas condiciones que el chef José Rojano, que se interesó por la concesión, juzgó inasumibles. Algo no se estaba haciendo muy bien cuando el restaurante del Club Náutico, con una clientela potencial de 7.000 socios, no encontraba quien lo quiera explotar.

Además, el cierre sumió a una veintena de trabajadores en una gran incertidumbre acerca del futuro de sus puestos y suspendió sine die un importante servicio para los socios. En principio se había avisado a estos profesionales de que quedarían subrogados por la propia entidad, que sondeó explotar ella misma el establecimiento en vista de que el concurso para adjudicar el servicio había quedado desierto, pero acabó descartándolo tras desaconsejarlo los servicios jurídicos. El 1 de agosto, cuando estos profesionales intentaron acudir como de costumbre a sus puestos de trabajo, se encontraron con que se les vedó el acceso a las instalaciones del Náutico.

Conocimos luego que la directiva había tratado de salvar in extremis este servicio, prorrogando al anterior concesionario un máximo de dos meses mientras se reformaba la cocina y se convocaba un nuevo concurso. La medida se aprobó por unanimidad el 29 de julio en una reunión a la que no asistió el presidente, por problemas de salud, ni la tesorera, que se ausentó de la sala antes de la votación. Al conocer la decisión, Castillo decidió dejarla sin efecto, lo que desencadenó las siete últimas dimisiones.

Y, como si fuera una mala broma, todo esto venía a coincidir en el tiempo con la celebración de la gran fiesta universal del deporte, los Juegos Olímpicos, ese deslumbrante escaparate de excelencia deportiva que en distintas ocasiones ha visto encumbrado en sus podios el nombre del Real Club Náutico de Gran Canaria.

Porque es la promoción de la náutica, el impulso y la ayuda a nuestros regatistas, lo que debe aparecer como principal prioridad de esta sociedad, su razón de ser y lo que justifica su emplazamiento en un lugar privilegiado de la ciudad. Una entidad que disfruta de un bien ganado prestigio, que ha sido capaz de proyectar el nombre del Archipiélago hasta las más altas instancias del deporte de élite, no debe dejar que esta buena imagen y credibilidad se erosionen en un plazo relativamente corto.

Ahora queda mirar hacia delante y esperar que las dos iniciativas que asume Del Castillo -completar la directiva que había quedado amputada tras las dimisiones y avanzar en la adjudicación del servicio del restaurante- sean el primer paso hacia otra manera de hacer las cosas, en las que no se pierdan de vista los objetivos que guían a la entidad y el bienestar de los socios, que son quienes la pagan.

Que el Náutico sea noticia por la excelencia que logran sus regatistas en las diferentes competiciones a las que concurren, por las actividades que acoge y promueve, pero no por cuestiones como estas. Más allá de los difíciles avatares que por fuerza tarde o temprano enfrenta una institución tan longeva, lo cierto es que el Náutico no se puede permitir una crisis como la que atraviesa y escenifica en los últimos tiempos.