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Destino: Banco Mundial

No es casual que los sarcasmos tipo Marx Brothers se hayan puesto de moda entre nosotros. Pienso sobre todo en dos sentencias muy "marxianas", bastante cínicas por cierto, que andamos escuchando a todas horas.

La primera ilustra una lacra muy difícil de erradicar: la inconsistencia ética de ciertos colectivos y de quienes los lideran. Su enunciado original ("he aquí mis principios; pero, si no le gustan, estoy dispuesto a cambiarlos") no procede en absoluto de Groucho Marx, sino que le precede en medio siglo. Pero qué más da. El travestismo de raíz pragmático-populista (muy reconocible en todos los partidos, pero sobre todo en el que nos gobierna) queda lapidariamente resumido en esa frase.

En cuanto a la segunda ("¿a quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?"), tampoco es casual que aspire a trending topic. En su desquiciada apelación al argumento de autoridad, ese cuestionamiento de nuestros sentidos nos resulta al mismo tiempo delirante y familiar. Lo hemos oído formular demasiadas veces, con todas las inflexiones que otorga la altanería, cuando había que cerrar el círculo del pragmatismo a espaldas de la ética. En los plenos o en las comisiones, en los mítines o en las comparecencias, pocos han sido los días en los que el partido del Gobierno no haya salido a impugnar, corregir, redefinir, metamorfosear, todo aquello que nuestros ojos veían y olía nuestra nariz. Elefantes voladores donde había perros muertos.

Tiene esto que ver, naturalmente, con el affaire del ex-ministro Soria. Puede que en la pasada primavera, mientras lo invitaba a dimitir, su presidente lo mirase a los ojos y argumentara: "estos son mis principios, José Manuel". Tengo para mí que no, pero esto es lo de menos. Lo que importa es que, de cara al tendido, la renuncia o apartamiento de Soria respondía a una ética determinada. Lo que escandaliza es que, sin salirse de esa misma ética, se le proponga hoy que represente a España en la cúspide de un organismo internacional (y no precisamente uno cualquiera, como luego diré). Lo que indigna es que se fragüe la propuesta de una forma esquiva y vergonzante, en la más completa oscuridad, apurando al máximo los plazos y haciéndola coincidir con un momento de aglomeración mediática: el desenlace de la sesión de investidura.

Grave es que un gobierno y el partido que lo nutre nos revelen, semana tras semana, esa moral tan voluble y distraída. Mucho más grave, sin embargo, es que aspiren a convertirnos en sus cómplices. No exagero; me limito a señalar el hilo conductor de su retórica: "¿va usted a atender a sus propios ojos, o a nuestras autorizadas y no importa si improvisadas explicaciones?" Las que hemos oído en días pasados a Cospedal, a De Guindos, a Sánchez Camacho, al propio Rajoy, iban ni más ni menos en esa dirección. Ninguna se compadece con la realidad, por más que intenten todas ellas confundir al ciudadano con apelaciones a la carrera profesional o a los derechos de "un excelente funcionario". Me abstendré de insistir en lo que todo el mundo ha visto y oído, por no hacer leña de un árbol ya reseco. Pero responderé a los argumentos pretendidamente "neutrales y objetivos": la política partidaria, a la que Soria ha consagrado sin interrupciones más de veinte años, no es la mejor escuela para alcanzar la excelencia como funcionario. Puede que me desmienta algún político, pero no los funcionarios excelentes.

Claro que en el contradictorio marco del Banco Mundial -presuntamente llamado a erradicar la pobreza, aunque regido por el principio de "quien paga manda"- caben todos los extremos. Enzensberger lo ha descrito con agudo humor: junto al "voluntario personalmente comprometido con las tareas de desarrollo, que se problematiza hasta atormentarse" con la pobreza mundial, encontramos al "duro ejecutivo, que rechazaría indignado cualquier sospecha de sentimentalismo y que más bien practica un callado cinismo".

¿A cuál de esos dos bandos, inconciliables pero contiguos, se dirige el elegido?

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