La Provincia - Diario de Las Palmas

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Cartas a Gregorio

Manuel Ojeda

Yo soy el ladrón

Querido amigo, ahora que como cada año vuelven las fiestas del Pino, alguien se acordará del tesoro que le robaron a la Virgen y del que jamás se supo. Pasados unos días y cuando los fervores marianos ya se hayan calmado, nadie se volverá a acordar de aquel famoso suceso.

Con el paso de los años el robo se hará historia y la historia leyenda, para que los guías turísticos se lo cuenten a los peregrinos.

Y así pasarán los años hasta que un día llegue un sujeto diciendo: "Yo soy el ladrón", un listillo con afán de protagonismo que se inventará una historia rocambolesca para deslumbrar al personal y, de paso, hacerse con unas buenas perritas en algún reality de la telebasura. El caradura se presentará con un colgante en forma de rana color verde esmeralda hecho de cristal de culo de botella, para asombro de incautos y risas enlatadas de los teletontos. Pero enseguida le saldrá otro ladrón confeso, este más místico, que tildará al primero de impostor, y así uno tras otro hasta completar una colección de réplicas tan grotescas como las de los monigotes de Elvis Presley que se pegan encima del salpicadero del coche.

Y se pregunta uno, Gregorio, adónde irán a parar los brillantes o las esmeraldas robadas, y no me refiero solamente a los tesoros de la Virgen del Pino, sino a tantas otras piedras preciosas que los rateros se han ido pasando de mano a mano. A diferencia del dinero, las joyas esconden siempre una historia personal, algo mucho más íntimo y secreto que no tiene el vil metal. Una joya hurtada es como un beso robado, y debe tener el sabor y el regusto de lo prohibido, de lo usurpado con nocturnidad, pasión y alevosía.

A final aparecerá quien dirá ser el verdadero ladrón, un anciano enjuto de pelo cano y cara de buena persona que, con lágrimas de arrepentimiento en los ojos, confesará que en un momento de debilidad no lo pudo evitar, pero que después del robo sacrílego decidió repartir el dinero de la venta de las joyas entre los pobres. Entonces la Iglesia lo acogerá en su santo seno y, reconociendo que en aquel hombre se había obrado un milagro, lo propondrá para los altares.

En el pueblo, el Ayuntamiento colocará una placa con su nombre bajo el epígrafe: "Yo soy el ladrón", y es posible que "el buen ladrón" llegue un día a tener más devotos que la Virgen del Pino...

Pero, ya que estamos hablando de ladrones, este sería un buen momento para pedirle un nuevo gobierno para España a la Virgen del Pino. Aunque, bien pensado, igual estamos mejor así, Gregorio. Mira a la Unión Deportiva, que después de visitar a la Virgen consiguió ponerse en cabeza. Además, como esta semana no hubo liga, seguirá de líder hasta la próxima... ¡Que viva la Virgen del Pino!

Un abrazo, amigo, y hasta el martes que viene.

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