Lo que les voy a contar hoy es tan cierto como que existen el sol, el día, la noche, la luna y las estrellas. Servidora de ustedes estaba hace pocos días parada ante un escaparate, por una de las preciosas calles peatonales de Triana, cuando a mi lado pasaron dos minifalderas de aspecto vulgar, chabacano y ramplón que dejaban al aire sendos traseros redondos y lirondos, sin importarles las miradas recriminatorias de los viandantes. Un joven peninsular, al verlas, no utilizó ninguna táctica diplomática para no herir la susceptibilidad de las jóvenes, y ni corto ni perezoso les espetó valiente y atrevidamente: "Descaradas, no sabéis respetaros a vosotras mismas, ni respetáis a Dios". Quedó claro que el chico era muy religioso y le dañaba aquella visión inmoral, y a mí me pareció su actitud de una valentía digna de elogio.

Y aunque no es bueno actuar de modo impulsivo, la reacción de las mozuelas fue instantánea como el nescafé y, sin morderse la lengua, acto seguido le respondieron poniendo al descubierto su pronta irritabilidad: "Tú no eres quién para decirnos cómo debemos ir vestidas, machango". El muchacho, ya meti-do en la guerra, con destreza verbal les respondió mientras la situación empeoraba, hasta que una de ellas, volviéndole la espalda levantó su minúscula faldita ¡! mostrándole unas posa-deras más grandes que la madre que la parió, mientras la otra le hacía un corte de mangas que ahogó la voz del muchacho, como si una embozada de gofio en polvo se le hubiera ido por el gallillo viejo, al decirles: "¡Ordinarias!"

La necesidad de disimular ante aquel cúmulo de improperios no apareció en mi voluntad, pero sí que, tras mi asombro inicial, no supe si encaminarme a la derecha o a la izquierda, hasta que decidí dirigirme en la dirección por la que se había ido el chico, porque al menos él, si entraba en discusión con otro hombre, éste no podría levantarse la falda? aunque rápidamente pensé que igual se bajaba los pantalones. "¿Qué hacer?", me dije. Y opté por ir en dirección opuesta a los tres, el único modo de que no me entrara un ataque de ansiedad. Ay, Señor, a veces pienso que debí tomar los votos perpetuos?

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