Soria ha decidido -con un buen criterio al que no es ajeno precisamente el escándalo político y social de los últimos días- renunciar a ocupar la plaza de director general del Banco Mundial para la que había sido propuesto. Pues, aun así, el señor Soria sigue teniendo sus fans: buenas gentes que le encuentran al exministro todas las lindezas y denuncian un trato desigual, monstruoso o inhumano (táchese lo que no procesa) hacia un hombre admirable y, sobre todo, de carne y hueso. ¿Acaso Soria ha sido condenado, aun más, siquiera imputado en algún proceso judicial? ¿No es funcionario? ¿No tiene derecho a presentarse a un concurso de méritos? ¿Por qué tanta saña? ¿No será que le envidian ustedes su inglés fluido e hipnótico, su esbeltez sobre la bicicleta elíptica, su carrera de inequívoco triunfador?

Va a ser que no.

Este país, este intratable pueblo de cabreros como decía Gil de Biedma, tiene un concepto muy curioso de la ética política y la élite del sistema de partidos es singularmente quisquillosa en este asunto. Para que un político sea considerado corrupto por sus superiores y compañeros de filas debe ser condenado por el Tribunal Supremo con una sentencia avalada por el Tribunal Constitucional y un juramento escrito con su propia sangre de todos los magistrados y bedeles del Tribunal de La Haya en el que se proclame su culpabilidad en arameo. Y aún así siempre será posible expresar algunas dudas. Soria no participó en nada semejante a un concurso de méritos. La convocatoria -sin publicidad- para un conjunto de plazas de tronío, entre las cuales estaba esa dirección general en el Banco Mundial, se abrió el 1 de enero, cuando Soria aún era ministro, pero fue suspendida, y solo se reactivó cuando el exlíder del PP de Canarias dimitió como responsable de Industria y Energía. En junio varios medios de comunicación filtraron la información. Está disponible en youtube un precioso vídeo en el que Luis de Guindos afirma muy sonriente que ignora quién se ha inventado eso de que Soria se marchaba al Banco Mundial. Mientras tanto, la comisión evaluadora, presidida por el secretario de Estado de Economía, Íñigo Fernández de Mesa, hacía silenciosamente sus deberes. No es una oposición, no es un concurso, no está establecido ningún baremo o puntuación por los méritos presentados. Tanto Mariano Rajoy como María Dolores de Cospedal como el propio ministro de Economía han mentido estúpidamente para justificar lo injustificable, y así lo están reflejando agencias informativas y periódicos extranjeros. En ningún país más o menos civilizado se proveen plazas bajo semejante opacidad para los organismos internacionales. Soria aquí queda reducido a un síntoma. El síntoma de la degradación de un sistema político aguasanado y tribal que tiene como máxima prioridad su reproducción indefinida.