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Elizabeth López Caballero

El lápiz de la luna

Elizabeth López Caballero

Parece que la culpa siempre es nuestra

Cuando escribo este artículo hace diez días que desapareció la joven Diana Quer y son varias las hipótesis que rodean su caso. Un golpe duro para la propia Diana -sea cual sea la causa de su desaparición (forzada o voluntaria)- y para su familia -aunque ésta no parezca ser un ejemplo modélico-. Sea como fuere, el dolor está ahí, latente, y la incertidumbre devorándolos por dentro. Y también están las redes sociales, que además de ser una herramienta para dar difusión a este suceso y así llegue a cualquier país, lo es para emitir juicios y prejuicios dañinos.

Hace unos días me tropecé en el Facebook con una foto de la muchacha. En ella se la veía con un top y un short de color rosa. Sonreía, parecía feliz, con toda una vida por delante. Observé que a la foto la acompañaba una veintena de comentarios que no tenían desperdicio. Fui leyéndolos uno por uno mientras sobre mí se posaba una nube gris de incomprensión y desencanto por culpa de esta sociedad. Transcribo alguno de los comentarios: "¿pero qué hacía esta chica sola a las dos de la mañana y con un pantalón tan corto?"; "es que la juventud provoca estas situaciones, no se puede ir sola a esas horas y así de ligera".

He de reconocer que esas "opiniones" me provocaron un nudo en el estómago causado por la rabia y la impotencia al ver cómo seguimos presas de un machismo que se extiende y se contagia como un virus que nos culpa de ser violadas, maltratadas o secuestradas. Ya he hablado de esto en otro artículo a raíz de las violaciones en los sanfermines -y que se está cogiendo por moda en otras fiestas de pueblo-, donde había implicado un Guardia Civil, que se supone que debe ser de los buenos. Y sí, sé que existe la libertad de expresión, pero igual que todo el mundo puede lanzar dardos envenenados contra quien sea, las mujeres también podemos vestir como nos dé la gana, a la hora que nos dé la gana sin que eso sea una excusa para que atenten contra nosotras.

Parece ser que se han invertido los papeles, que la víctima y el verdugo se han intercambiado los roles. Parece ser que ya la víctima no es la persona denigrada, a la que obligan a hacer algo en contra de su voluntad. No, ella no es la afectada. Ella es Pandora y con su vestimenta y sus andares nocturnos provoca los males, y ahí entra en juego la "falsa víctima", esa pobre alma que no puede evitar atacarla.

Cómo iba a evitarlo si ella lo pedía a gritos: iba sola y con poca ropa. Y luego estará el pueblo, vitoreándolo y dándole la razón en las redes sociales: es que no tuvo otra opción.

¿Adónde hemos ido a parar? ¿Qué demonios estamos haciendo? ¿Se han parado por un momento a pensar antes de hablar? Porque tenemos la mala costumbre de hablar y no pensar. ¿Quién es el enfermo, el violador o la violada, el maltratador o la maltratada, el secuestrador o la secuestrada? ¿Si me pongo una falda y me la levanta el viento significa que estoy mandando mensajes subliminales sobre el deseo de ser violada? ¿Si regreso a casa sola a media noche y me secuestran significa que mejor es no salir? ¿Terminaremos por no buscar a los desaparecidos porque, total, se lo buscaron por estar en la calle?

Tantos años de lucha, tanto reivindicar nuestros derechos, para luego, en las malas, tirar piedras sobre nuestro propio tejado, porque parece que al final la culpa siempre es nuestra.

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