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'Blood Father'

El verano que vivimos peligrosamente

En el depauperado panorama del cine de acción americano, asfixiado en su propia inoperancia (salvo para convertir en franquicia todo lo que toca), la aparición de películas como Blood Father, significa un respiro, una rendija por la que llega un poco de aire. La última película de Jean-François Richet, cineasta francés que se crió en los barrios deprimidos de la periferia de París y que saltó a la dirección en 1995 con État des lieux, aporta una frescura ausente en los últimos thrillers que nos llegan de Estados Unidos. Tras Asalto al distrito 13, y muy especialmente Mesrine, instinto de muerte, sobre la vida del gángster Jacques Mesrine, conocido como "el hombre de las mil caras", Richet parece haber encontrado una línea más personal en el tratamiento de la violencia.

Para ello se ha ayudado de un actor que ha dejado atrás su faceta de estrella para ser uno más, metiéndose en la piel de un hombre fracasado que huye del presente. Mel Gibson encarna a John Link, antiguo motero rebelde y ex presidiario, que vive en una caravana ganándose la vida como tatuador. Su única hija, Lydia (Erin Moriarty), lleva años desaparecida hasta que un día le llama pidiéndole ayuda ya que está metida en un serio problema con un cartel mexicano. El resto ya se lo pueden figurar: tiros, persecuciones y sangre a borbotones, como no podía ser de otra manera llevando la palabra "blood" en el título.

Si bien Blood Father sigue al dedillo el manual del mejor cine de acción (eso sí, están todos los tópicos, no les voy a engañar), por fin sí que uno puede llenarse la boca y proclamar que ya existe relevo a Arma letal y Mad Max, con la que comparte idéntica fascinación por el paisaje. Así que olvídense de tanto sucedáneo y timo anterior: desembarquen en el tórrido desierto y no pierdan de vista a Mel Gibson que no sólo hace lo imposible por salvar a su hija, sino también para hacernos olvidar sus últimos trabajos en Los mercenarios 3, Machete Kills y El castor. Por una vez, y sin que sirva de precedente, Mel Gibson se sale literalmente de la pantalla.

También hay que destacar al casi siempre desaprovechado William H. Macey, Peter Craig y un formidable Diego Luna. En definitiva, una película entretenida, ideal para fantasear que la pérdida del actor de El año que vivimos peligrosamente no es aún definitiva. Sólo que ya han transcurrido treinta y cuatro irregulares años. Y su presente, salvo alguna excepción, es demasiado anodino.

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