Finita León es una de esas mujeres que pertenecen a una generación que se echó la vida al hombro y que con esa pesada carga subió montañas sin repostar en la meseta. No había tiempo. La vida apremiaba. Cuando lo cómodo era dejarse llevar le plantó cara a la adversidad, se puso detrás de un mostrador y allí permaneció 53 años. Hasta hace dos. Tiene 78 años. Hace poco su única hija, médico de batalla, contaba con indisimulada admiración lo mucho y lo duro que ha trajinado la mujer que la sacó adelante cuando con 18 años se quedó embarazada y su marido, 28 años, decidió que el hambre se extendía por España y cogió un barco rumbo a La Guaira (Caracas) para quedarse unos meses. Pero se lo tragó la tierra. Ni una carta. Visto lo visto Finita puso manos a la obra y decidió que a su hija había que asegurarle una manutención. ¿Qué sé hacer yo?, se preguntó, nada; bueno, no exactamente, que siempre tuvo buena mano para tratar al público. Dicho y hecho.

Total que en la plazoleta de Perojo, abrió un bazar en el que vendía de todo: golosinas, matahambres, palmeras, refrescos, batidos, pipas, papas? Lo suficiente para que en el negocio en los recreos escolares no cupiera un alma; y en medio de la chiquillería la cabecita de mujer menuda, de pelo negro, que lo controlaba todo. Hay una expresión de la propia Finita que describe su comercio: "¡Ay que ver esta cosa tan chica el dinero que ha dado!" El bazar era un pizco pero todo estaba en orden porque es la clave para ganar espacio y estaba en lo cierto. Se bastaba y sobraba solita para llevar cuentas, proveedores y chiquillería. Cuentan que cuando se percató de que ya no podía con el negocio fue al comprobar que sus brazos no alcanzaban a la estanterías altas, cosa que antes manejaba con soltura. La edad. El truco inmediato fue bajar la altura de las estanterías pero sabía que eso era pan para hoy y hambre para mañana. Y así fue.

Sus nietas la adoran y ella corresponde. Pero tiene Finita una debilidad, la UD Palmas. Seguidora tenaz del equipo ni en los peores momentos le ha dado la espalda. No puede ir al Estadio, lo escucha; se la comen los nervios. Como verán una vida corriente presidida por una lucha sin cuartel.

Gracias, Finita